Gustavo Figueroa. Departamento de Psiquiatría, Universidad de Valparaíso, Chile.
Background :
This paper acknowledges the debts psychiatry owes to Professor and Doctor Hubert Tellenbach, who thought that science without reflection was not genuine science or man-centered science.
Aim : The treatment of psychic abnormality which we find in great literary works is in itself of interest as the representation of the essential nature of mental phenomena. The aim of this paper is to show how the findings of Shakespeare’s tragedy « Hamlet » are an example of pathological derangement.
Method : « Hamlet’s Melancholia » by Tellenbach is compared with the author’s « Hamlet’s Madness ».
Results : According to Tellenbach, the observer experiences what happens inside Hamlet. He comes to the conclusion that Shakespeare’s poetic work makes clear very decisive phases in the development of melancholia. As an alternative approach, we have followed the course of Hamlet’s road to delusion ; it is possible to indicate the turning points which direct the necessary and inescapable process of Hamlet’s madness.
Conclusions : Psychiatry reflects the spirit of an era more than any other branch of medicine. The problem of anthropological psychiatry is dealt with extensively in H. Tellenbach’s papers and works.
Key words : mental disorder, sensitive delusion, art and psychopathology
Antecedentes :
Este trabajo intenta reconocer las deudas que tiene la psiquiatría con el Prof. Dr. Hubert Tellenbach. Él pensaba que la ciencia sin reflexión no era ciencia genuina o ciencia centrada-en-el-hombre.
Objetivos : El tratamiento de la anormalidad psíquica que encontramos en las grandes obras literarias es en sí de interés como expresión de lo que es la naturaleza esencial del fenómeno mental. El propósito de este artículo es traer a presencia los hallazgos de « La tragedia de Hamlet » de Shakespeare como muestra de un trastorno patológico.
Método : Se analiza « La melancolía de Hamlet » de Tellenbach con « La locura de Hamlet » del autor.
Resultados : De acuerdo a Tellenbach, el observador experimenta lo que sucede al interior de Hamlet. Él llega a la conclusión que la obra poética de Shakespeare hace transparentes fases muy decisivas en el desarrollo de una melancolía. Con un enfoque alternativo, seguimos las huellas de Hamlet en su curso hacia el delirio ; es posible insinuar los puntos de viraje que dirigen el proceso necesario e inevitable de la locura de Hamlet.
Conclusiones : La psiquiatría refleja mejor que otras ramas de la medicina el espíritu de una época. El problema de una psiquiatría antropológica es tratado con profundidad en los trabajos y libros de H. Tellenbach.
A modo de homenaje
El Profesor Dr. Hubert Tellenbach (1914-1994) representa la última figura de una notable generación de psiquiatras que buscó fundamentar filosóficamente la investigación clínica y la práctica terapéutica. Insatisfecho con los resultados de la psiquiatría, cuestionó con vigor precisamente sus éxitos que ya en aquella época estaba alcanzando gracias al empleo de las ciencias neurobiológicas y las técnicas psicoterapéuticas. Con lucidez no se dejó enceguecer con el saber psiquiátrico de carácter impositivo y de validez general que desembocaba en un pragmatismo a toda vista ventajoso para los enfermos. Aun él mismo escribió durante su larga vida importantísimos trabajos en todas las áreas clínicas, pero nunca olvidó la diferencia de principio. Para Tellenbach la ciencia psiquiátrica es teoría de lo real, pero, y aquí reside lo decisivo, de la realidad entendida como objetividad, según la concibe el pensamiento moderno. El estudio en profundidad de su maestro indiscutido Martin Heidegger le permitió captar que la determinación instrumental de la ciencia establece lo que está delante de nosotros ; pero eso, lo meramente correcto y preciso, no es aún lo verdadero (1). Ante todo en un conocimiento que se refiere a la existencia humana, no muestra, ni nunca podrá coger, su esencia (Wesen).
El meollo del asunto que movió al pensar de H. Tellenbach se puede resumir en una sola pregunta ¿es la psiquiatría una actividad que parte de una adecuada concepción del ser humano (Dasein) ? Parece que no ; entonces la certeza de sus éxitos se paga con la unilateralidad e insuficiencia radical : no saber quién es el hombre enfermo en su esencia. « El descubrir la esencia, afirma Tellenbach, sucede siempre en actos de naturaleza filosófica que intuyen el fundamento (Grund) » (2). Y agrega a renglón seguido que la filosofía proporciona el método de acceso (methodos o camino) y es la condición de posibilidad de captar la estructura última inherente del existente. Si se logra calar en las inferencias que se derivan de esta toma de posición originaria de Tellenbach, se desvanecen dos malentendidos que han cuestionado apresuradamente su obra intelectual ; mejor aún, las impugnaciones se vuelven contra sus detractores y muestran la debilidad de los principios de éstos.
En primer lugar, el saber filosófico no es un adorno, una suerte de maquillaje más o menos vistoso que sienta bien al psiquiatra, pero en el fondo, inútil. Todo lo contrario. Su empleo metódico ¬la fenomenología estricta¬ le permitió a Tellenbach describir con rigor el typus melancholicus y distinguirlo de una serie de condiciones con las que habitualmente se confunde y, como consecuencia, aplicar el tratamiento pertinente (3). Este simple ejemplo indica que el no haberse dado cuenta de esta premisa inicial arroja a la psiquiatría a su mayor peligro : limitarse a ser una técnica eficaz, dedicada en lo fundamental sólo a la tarea de elaborar manuales de procedimiento bien avalados y reglados. En segundo término, al entender la esencia de la existencia como Dasein Tellenbach superó el reduccionismo implícito a todos los trabajos empíricos que ingenuamente investigan sobre el « material » humano y el « material » de enfermos de una clínica o de una población (4). Estas antropologías latentes que hablan de « material » y que usa irreflexivamente la psiquiatría ¬no analizadas, sino simplemente supuestas¬ son imágenes del hombre que no respetan su intrínseca naturaleza. Particularmente engañosa es la creencia del clínico cuando él insiste en que está siendo « humanista » ¬al proponer guías para resolver cuestiones éticas, por ejemplo¬, ya que la confianza en lo justificado de su proceder le impide detenerse a meditar sobre la « naturaleza » que está a la base de este hombre que es la meta de su quehacer (5).
Ambos momentos ¬método filosóficamente aclarado y existencia como Dasein¬ fueron el hilo conductor de su pensamiento y trabajo psiquiátrico, que se plasmó con originalidad en más de un centenar de artículos y libros que rebasaron con mucho los estrechos límites de la especialidad y la técnica. El foco de interés último de Tellenbach fue la condición humana como tal ¬especialmente en la desgracia y la enfermedad, es decir, en su facticidad¬, así como en sus antípodas, en la religación con lo divino (6, 7).
Sin embargo más allá del psiquiatra, más allá del pensador interesado en desentrañar los enigmas de nuestra menesterosidad, está la persona de Hubert Tellenbach. Tuvo una especial inclinación por los hispanoparlantes, tanto latinoamericanos como españoles y aun llegó a dominar nuestra lengua con fluidez. Sus continuas visitas a nuestro país, empero, fueron signo irrefutable de su predilección por Chile. Con paternal y abnegada dedicación entregó desinteresadamente lo mejor de sí a todos los que se acercaron a estudiar con él. No sólo esto. Además abrió su hogar y su familia a los visitantes en Heidelberg y en inolvidables jornadas vespertinas en la Selva Negra, acompañado de su esposa, meditó sobre su ámbito cultural, rememoró los encuentros con filósofos capitales y vaticinó sobre el futuro de la psiquiatría, algo alarmado por los inequívocos signos de descomposición del tradicional espíritu europeo. En otras palabras, un maestro inolvidable, nada menos que todo un hombre.
Quizás la mejor manera de rendir un homenaje que esté a la altura del Prof. H. Tellenbach sea dialogar con él sobre la locura y la creación artística, tema al cual dedicó numerosas y penetrantes meditaciones. « Sin conocer los extremos [de la locura que aparecen en las obras de arte], dice Tellenbach, la esencia del ser humano permanece incomprendida en sus últimas profundidades » (8). Lo más opuesto a la pirueta intelectual o la erudición sin sustancia, por tanto, como también se desprende de su reflexión sobre la gran literatura : « El acto espiritual de estos poetas consiste en lo fundamental en haber logrado hacer transparente esta realidad (psicopatológica) hasta en sus condicionantes necesarias, o dicho en otras palabras, que han podido mostrar la consecuencia interna del desarrollo delirante, al cual se ha ido entregando una existencia paso a paso, como a su última posibilidad » (9).
Escogemos una investigación de su último período, ya que ahí emerge con toda fuerza su concepción del hombre. Resaltaremos las ideas directrices de « Shakespeare : la depresión de Hamlet » (10), poniéndolas en conexión con el resto de su producción, especialmente en torno a la melancolía. Pero a Tellenbach no le agradaba que sus ideas fueran simplemente aceptadas. Vivía del diálogo cuestionador. De ahí que opondremos algunas dudas y comentarios a su esfuerzo a partir de nuestro estudio sobre el enigmático príncipe de Dinamarca (11). Tarea nada fácil para él y para nosotros, porque, como solía decir Goethe, « no se puede decir nada definitivo sobre Shakespeare, todo es insuficiente » (12).
Melancolía y genialidad de Hamlet
Tellenbach parte de una consideración metodológica para entender una obra de arte y que tiene particular importancia en el caso de Hamlet. La diferencia entre realidad y necesidad, entre casualidad y ley interna separa dos ámbitos que no se deben perder de vista, como bien lo ha señalado Binswanger (13). El personaje Hamlet puede ser no real, es decir, no encontrarse en la clínica cotidiana del psiquiatra que se encarga de sanar enfermos. Pero el héroe Hamlet tiene una necesidad esencial (Wesensnotwendige) más allá de lo irreal o no-clínico ; contiene la esencia originaria o la imagen primaria del fenómeno humano ¬especie de « condensación de la realidad »¬, en este caso de la melancolía y la genialidad, que permite seguir momento a momento su curso existencial como si obedeciera a una razón intrínseca inexorable que lo hace desembocar en la catástrofe final (14). Con esta distinción Tellenbach consigue dos logros no despreciables. Por un lado, ya no importa si el príncipe exhibe un cuadro psicopatológico poco creíble para el psiquiatra, como ha sido frecuentemente impugnado por la crítica literaria como grave debilidad de Shakespeare ; como dice Aristóteles, si toda tragedia es mímesis (imitación, reproducción) de la vida, ésta no es una copia vil sino recreación autónoma de lo real destinada a descubrir sus leyes desconocidas, intrínsecas e inevitables (15). Por otra parte, la tragedia se entiende ahora no sólo como una experiencia que se basa en la psicología del joven danés, sino que adquiere el carácter de una revelación ontológica ; el trastorno mental se comprende a partir de la esencia del hombre, es decir, de las posibilidades inherentes de mutación que están en la naturaleza última del ser humano (16).
El hombre Hamlet en su realidad ontológica más profunda es una criatura enigmáticamente contradictoria (Widersprüchlichkeit), un alternar constitutivo que lo tironea en un inexorable o esto¬o lo otro. El coro de « Antígona » ya lo había revelado de una vez para siempre como distintivo de nuestra condición : « Muchas cosas terribles existen y, con todo, nada más terrible que el hombre » (332-333). La traducción alemana de Hölderlin de la obra de Sófocles de esto terrible (Ungeheuer) lo sitúa entre el bien y el mal, la sabiduría y la amathia o imposibilidad de aprender (17) ; en una palabra, como un ser mítico cuya contradicción es el origen de lo trágico. Su modo de existir antitético lo impele, sin que él se pueda abandonar a la tesis, o, por el contrario, alcance una síntesis integradora. Al inicio mismo de la obra resalta el tenso arco que moviliza a Hamlet entre los dos polos, el medieval-feudal y el humanista renacentista.
El fantasma de su padre en traje de combate aparece como inequívoco espíritu de la guerra, la venganza como ley de acuerdo a su rango real es la demanda puesta al príncipe. Frente a esta moral del honor que condena inmisericorde se alza su contra partida, Wittenberg ; ética rigurosa de la conciencia, pero símbolo de resistencia pacífica frente a todo acto injusto, atrabiliario, ilícito ; en el fondo, ética de la virtud homologable a la de Platón en el « Filebo ». Esta escisión, esta situación perniciosa hace vacilar el juicio de Hamlet frente a la figura de su ambiguo padre : sufre un tormento trascendente y exige una venganza inmanente, « era todo un hombre …, no volveré a ver nunca otro como él » (I, 2, 230) aunque condenado « a ayunar en el fuego, hasta que se quemen y purifiquen los turbios delitos que cometí en mis días » (I, 5, 114). Con la renuncia a volver a Wittenberg, con la percepción de la magnitud de su tarea « los tiempos están desquiciados ! : ah, condenada desgracia ¡haber nacido yo para enderezarlos ! » (I, 5, 218), la tragedia muestra su interna disociación, su intrínseca falta de unidad pero natural (natürliche Uneinheitlichkeit).
Para Tellenbach no cabe duda alguna que el tema existencial decisivo de Hamlet es el alternar. O sea, el equívoco que, al decir de Elliot, señala al « hombre Hamlet dominado por un sentimiento que es inefable, porque trasciende con mucho los hechos, tal como ellos se muestran » (18). Su clave hay que buscarla en la definición de Goethe de la situación originaria del alternar (12). Los dramas de la antigüedad, piensa Goethe, expresan una desproporción entre el deber (Sollen) y el ejecutar y los modernos entre el querer (Wollen) y el ejecutar. Mientras en « Antígona » el deber es impuesto como obligación ¬despótico, inevitable, fatal¬, el querer a partir del Renacimiento es un autoimponerse, libre, dejado al arbitrio del héroe que ilimitadamente exige el todo. Shakespeare une en sus obras de magistral manera el inestable equilibrio entre el deber y el querer transformándolo en un conflicto interno. Pero en Hamlet se trata de que es un motivo externo el que está más allá de las fuerzas del personaje ; un querer insuficiente que, a través de causas ambientales desmesuradas, desemboca en una especie de deber imperioso y que asemeja así a las tragedias antiguas. No obstante es una necesidad que excluye más o menos o completamente toda libertad, necesidad que se transfigura en moralidad. Por tanto, una alternancia aunque en un medio mutado (19).
Las investigaciones de S. Kierkegaard trasladan al plano religioso la culpa antigua ¬culpa heredada¬ frente a la culpa moderna ¬la culpa subjetiva¬ introduciendo la temporalidad. En « Antígona » no se menciona ni una sola vez a Edipo, a pesar de ser éste el padre incestuoso de Antígona, así como hay un silencio retumbante de la casa de los Labdácidas de la cual procede (20). Sólo el presente comanda el deber, mientras Hamlet, contrariamente, sospecha que su madre ha cometido un acto criminal : el presente florece en un oscilar entre las determinaciones del pasado y las posibilidades del futuro. Dicho de otra manera, lo trágico reside en que Hamlet se ve obligado a partir de la facticidad de los acontecimientos a diferir su solución del conflicto, de manera religiosa, en el futuro.
Las distintas aproximaciones esbozadas hasta ahora del fenómeno de la alternancia o contradicción como eje existencial de Hamlet adquieren un nuevo sentido cuando se recuerda la frase de Hamlet « mi debilidad y mi melancolía » (II, 2, 638). AC. Bradley lo refiere a su « genialidad intelectual » ; « en su alma, continúa él, domina un impulso que lo impele a penetrar las superficies y a hacerse problemas allí donde otros las dan por evidentes » (21). La genialidad es la condición de posibilidad de su alternar, que se da a conocer de variadas formas : su juicio práctico, la elasticidad espiritual, sus extraordinarias dotes de percepción unidos a su espíritu, su inusual conocimiento del hombre.
El contexto entre melancolía y genialidad fue descrito de manera magistral por vez primera por Aristóteles en el libro XXX de los « Problemas » (22). « ¿Por qué razón, se pregunta el Estagirita, todos aquellos que han sido hombres de excepción ¬perittoi¬ bien en lo que respecta a la filosofía, o bien a la ciencia del Estado, la poética o las artes, resultan ser claramente melancólicos, y algunos hasta el punto de hallarse atrapados por las enfermedades provocadas por la bilis negra … ? » G. Landauer ve a Hamlet escindido entre ser un héroe y un intelectual, un hombre proclive a la hazaña tanto como a la poesía (23), como cuando canta a nuestra condición : « ¡Qué obra admirable es el hombre ! ¡Qué noble en su razón ! ¡Qué infinito en su capacidad ! ¡Qué exacto y admirable en su acción ! ¡Qué semejante a un ángel en su acción ! ¡Qué parecido a un dios en su comprensión ! » (II, 2, 323). No es suficiente, sin embargo, describirlo con rasgos puramente psicológicos, tal como lo hace Bradley (21) al definirlo como inmerso en una náusea vital ; o como dice Nietzsche al hablar del cinismo de Hamlet : « Hay espíritus libres y frescos, que desean ocultar y negar que son corazones incurablemente orgullosos y heridos » (24). Es necesario ir más allá de la psicología y echar mano de la antropología.
Pero los perittoi, es decir, los seres geniales de Aristóteles que son por naturaleza melancólicos, siempre tienen la posibilidad de elevarse, como en la exallagé de Platón, a lo extraordinario, a las alturas luminosas de lo creativo. Es decir, de maneras muy diversas, de trascender. La depresividad melancólica ¬el modo de ser moderado, méson, mezcla óptima de lo cálido y lo frío¬ siempre va unida a un poder enorme del trascender, pero de forma tal que, precisamente cuando se paraliza esta capacidad de trascender, la depresión se abalanza sobre la existencia y la abruma. La avalancha amenaza con caer sobre Hamlet de modo patente cuando él se pregunta : « ¿Qué haría [otro] si tuviera el motivo y la llamada a la pasión que yo tengo ? … ; enloquecería a los culpables, desconcertaría a los inocentes, confundiría a los ignorantes ….Pero yo, bribón sordo y de ánimo enfangado, vago como un alucinado, sin hacer caso a mi propia causa … ¿Soy un cobarde ? … yo tengo hígado de paloma y me falta hiel para amargar la injuria … ¡Qué valentía, puf ! » (II, 2, 555).
Desde siempre el enigma de la indecisión o parálisis de Hamlet ha intrigado a los más diversos autores, destacando Nietzsche (24), Freud (25), Jones (26), Lacan (27). Las soluciones se han ubicado en el carácter de Hamlet, en la naturaleza intrínseca de la tarea, en algunas características de la misión que la hacen especialmente repulsiva a alguien que posea determinado temperamento y en la ausencia de referencia original capaz de garantizar el ejercicio de la verdad ¬no hay Otro del Otro. Tellenbach entrega su respuesta en acuerdo a los análisis llevados a cabo hasta ahora del modo de ser del príncipe de Dinamarca : estar-en-el-mundo contradictorio consigo mismo (Selbstwidersprochenheit) que « sitúa » a los otros y a sus propias acciones ¬su mundo circundante¬ en determinada forma de aparecer frente a él, es decir, transformándolos en « su » situación. En otros términos, se ha descrito lo que en otro lugar ha denominado « la situación predepresiva » con su doble vertiente de includencia y remanencia, el estrechamiento (Eingeschränktsein) junto a un quedarse-rezagado-tras-uno-mismo (3).
La indecisión propiamente tal va más allá ; es el comienzo de una melancolía clínica, constelación que significa un salto o hiato con referencia al ambiente predepresivo atmosférico anterior hacia « la desesperación » (Verzweiflung). Esta palabra debe ser entendida en su sentido originario de duda (Zweifel), dubietas y dubium en latín, un ir y venir detenido entre posturas posibles sin hallar la salida, indeterminación y desgarramiento del ánimo básico atorado entre polos. Desesperación como un permanecer atrapado ¬atascado¬ en estados alternantes es lo específico de lo melancólico de Hamlet. No es, por tanto, un estar-en-el-final sin esperanzas, ni un callejón sin salida definitivo ; más bien, es tensión dialéctica trancada entre opciones, de modo tal que cuando escoge una, con alarma se ve compulsado a decidirse por la otra. La desesperación de la cual no puede alejarse o zafarse es el primer signo que exhibe Hamlet de la pérdida psicótica de la libertad propia de los depresivos ¬compulsión (Zwang) que se consolida en posibilidades alternantes. Pero no hay que olvidar que, de acuerdo a Aristóteles, hay dos formas de depresividad : la enfermiza o morbosa de los trastornos endógenos y la del hombre genial. Evidentemente Hamlet es un hombre de genio ¬perittos¬ que cae en la desesperación melancólica.
El genio se precipita en la melancolía (Schwermut) cuando su creatividad se agota y seca, y en la inautenticidad (Uneigentlichkeit) de tal agotamiento infructuosamente intenta satisfacer las altas exigencias impuestas por él mismo a su existencia. Hamlet aspira a una nueva fundación de la tradición de su casa real que esté a las alturas de una religiosidad, en la cual el bien sea posible para siempre. Totalmente diferentes sin embargo son sus monólogos atormentados ; en lugar de un alternar creativo creciente y cada vez más penetrante, irrumpe el radical o esto-o lo otro, como en « Ser o no ser, he ahí el dilema » (III, 1, 56). O sea, lo que alterna en su melancolía es el poder de trascender genial y el no-poder, donde el trascender fracasa y surgen sombras profundas de resignación así como añoranzas quemantes por nuevas creaciones geniales : » … la conciencia nos hace cobardes a todos, y el colorido natural de la resolución se marchita por el pálido reflejo del pensamiento, y las empresas de gran profundidad y empuje desvían sus corrientes con esta consideración y pierden el nombre de acción » (III, 1, 83-88). La reflexión sobre lo incierto del más allá engendra la angustia ante el destino trascendental.
La similitud con la problemática de Job no debe inducir a engaños (28). Job es reducido a un doble sufrimiento indescriptible ¬tormento casi sobrehumano¬ a manos de Dios. Esta furia contra la propia vida empero no le conducen a la negación resignada de sí mismo sino a un indagar penetrante. « En el hecho de poder cuestionar ¬en el sentido original de la expresión¬ el factum brutum de su existencia destruida, realiza Job un acto de verdadero trascender », dice Tellenbach ; es decir, salta por encima de la resignada autonegación a que le impulsan sus amigos con sus consejos, hacia la desesperación verdaderamente creadora. Con una sola frase, no cae en la melancolía porque hay una elasticidad conseguida en el salto hacia la desesperación, y no una rigidez y estancamiento, como en el cuestionamiento de Hamlet. La instancia que ambos escogieron para su preguntar es la misma, vale decir el espíritu (Geist). Pero la poderosa reflexión de Job se descarga en preguntas llenas de pasión hacia niveles cada vez más profundos y que adoptan un carácter más absoluto cuando su intencionalidad se dirige finalmente hacia lo infinito : « soportar su desesperación en un diálogo con Dios », es decir, « se arriesga a lo más extremo ». La existencia de Job no se estancó ¬trancó¬ en su ir y venir porque se mantuvo abierta a la grandeza de lo espiritual ; el devenir humano es trascender hacia lo espiritual y toda creación es una fuerza transformadora que vive de este espíritu del devenir (Werden). La genialidad del trascender de Job no se debe confundir con la melancolía del genio de Hamlet : inhibición del devenir (Werdehemmung) o parálisis de su temporalidad (8).
Infructuosamente el espíritu de Hamlet combate con su naturaleza íntima hasta el último acto. En el momento en que finalmente se identifica consigo mismo, es decir, al aceptar el combate definitivo con Laertes, sólo puede abandonar su destino a las fuerzas del sino en lugar de tomar una decisión por medio de su voluntad autónoma : « … desafiamos a los augurios. Hasta en la caída de un gorrión hay una especial providencia… : estar dispuesto es todo [the readiness is all] » (V, 2, 212). Él está preparado para tomar y entregarse a la muerte, trasciende de modo parcial hacia el mundo del espíritu cuando se convierte en defensor del honor ; « hazme justicia a mí y a mi causa » (V, 2, 341), le pide a Horacio antes del silencio final. Honor, piensa GW. Knight, no es un bien externo, ni oropel ni menos fama bullanguera. Es fe intramundana, igual a la religiosa supramundana, no dependiente de la recompensa o castigo divino, sino acción libre de la criatura humana. Por eso, agrega EE. Stoll, « para ningún otro muerto Shakespeare ha hecho sonar las trompetas y cañones » (30).
¿Melancolía o delirio ?
Queda claro que Tellenbach sitúa a Hamlet dentro de los hombres de excepción predispuestos a la melancolía y a la creación. Su ser-en-el-mundo como estar arrojado (Geworfenheit) o facticidad le hace abrir el mundo y sí mismo de modo específico y las situaciones adquieren un sentido personal en acuerdo al estado de ánimo basal (Befindlichkeit). Su trascender hacia el mundo se muestra contradictorio en su esencia, como lo había expresado « Antígona ». La traducción de Hölderlin de « terrible » para describir lo más entrañable de nuestra condición humana no es suficiente para verter el original griego deinos : es terrible y maravilloso a la vez. Por eso Heidegger lo tradujo como unheimlich, pavoroso, ominoso, lo que lo acerca al fenómeno de lo numinoso : lo tremebundo y la actitud que hace violencia simultáneamente (31). Más castizamente, Rof Carballo habla de sobrecogedor, lo más desazonante, inquietante, desasosegante (32). Asela Alamillo hace notar la otra vertiente, lo asombroso (33).
En este sentido, el Hamlet de Tellenbach es una figura paradigmática que representa una de las estructuras básicas de la naturaleza del hombre y su fracaso o infortunio (missglückt), tal como Binswanger lo hizo en torno a la extravagancia esquizofrénica del constructor Solness de la obra de H. Ibsen « El maestro Solness » (34, 35) ; ambos personajes caen en la desmesura propia de la enfermedad mental, que trastoca la « proporcionalidad antropológica » inherente a nuestra naturaleza antagónica que se mueve dialécticamente entre polos de autorrealización y realización del mundo (16). También se podría relacionar fructíferamente con la propuesta de Rof Carballo. Él recuerda que « Edipo Rey » es una tragedia de extraordinaria complejidad que no se puede reducir al mito freudiano de incesto y parricidio (36). Allí « se despliegan y, recíprocamente, se condensan todos los elementos de la existencia humana », continúa el español, y enumera no menos de una docena de mitos, entre los que se cuentan el de la hybris o soberbia, la ceguera del vidente, el enigma de la esfinge, el niño expósito, etc. Lo mismo podemos decir nosotros de « La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca » : el ser de nuestra realidad mortal se desmembra en variadas constelaciones míticas fundamentales, muchas más de las que habitualmente se estudian de manera unilateral. Por algo Freud siempre que nombraba a Edipo lo hacía en compañía de Hamlet (25).
Ahora bien, queremos detenernos en dos consideraciones más específicas ¬no antropológicas como lo hace el Prof. Tellenbach¬ pero que colocan en otra luz la figura de Hamlet. Una se refiere al método y la otra, consecuencia de la anterior, al diagnóstico. Ambas se distancian de Tellenbach.
Nuestro estudio partió del análisis pormenorizado de la secuencia entre las escenas y de las palabras de todos los personajes involucrados, ateniéndonos estrictamente a sus actos para evitar caer en generalizaciones abstractas o conclusiones omnicomprensivas, pero poco basadas en los hechos (11). Nos pareció que de esta manera sorteábamos una debilidad que percibimos repetida especialmente en los críticos literarios, Goddard, Dover Wilson, Bradley, Grebanier. Con este procedimiento se nos hizo notoriamente más complicada y antitética la persona de Hamlet.
Naturalmente que la equivocidad ha sido lo definitorio del personaje, según se muestra en toda la bibliografía especializada, pero buscamos que ésta surgiera de la obra misma, es decir, de todos los caracteres interactuando y hablando entre sí. Tellenbach procede de manera opuesta, así como los distintos autores en los cuales él se apoya. Su justificación parece radicar en que él pretende atenerse a la esencia del personaje, por lo que pasa por alto las anécdotas o no considera los demás actores de la trama. Nos parece una insuficiencia, especialmente si recordamos que él se asienta en premisas fenomenológicas. Justamente Husserl enfatizaba la necesidad de la « variación imaginaria » para alcanzar el fenómeno mismo y no simplemente una abstracción empirista (37). A lo que se apunta en la fenomenología es a describir las notas invariables del objeto : la esencia como coherencia objetiva se revela en la evidencia de imposibilidad. Lo que no puede omitirse sin destruir el objeto ¬en este caso la persona de Hamlet¬, es una ley ontológica de su ser. Para esto es necesario contar con el mayor número de situaciones y diálogos en que se muestre por sí mismo Hamlet. No hay que entender la intuición eidética (Wesensschau) como si fuera una súbita y poderosa inspiración ; es más bien una visión conseguida mediante un penoso y progresivo trabajo de monda que elimina toda grasa y se queda sólo con el nervio y músculo.
No haber considerado la cronología estricta de las escenas, los discursos de los personajes y las acciones ejecutadas por cada uno de ellos en relación con los demás lleva a Tellenbach a plantear el diagnóstico de melancolía (Schwermut), que es el segundo reparo que hacemos a su obra. Para él, Hamlet juega o actúa un delirio (Wahnspiel) como astucia o triquiñuela (List) destinada a engañar al rey y obtener una prueba irrefutable de la culpabilidad de su tío Claudio delante de la corte de Dinamarca. Planteamos lo opuesto, nos parece que los hechos favorecen el diagnóstico de un delirio, aunque con ciertas limitaciones, que excluyen la melancolía ¬pero no la depresión.
Tellenbach rechaza la presencia de una enfermedad depresiva tal como hoy día la entendemos, recordándonos las palabras de Bradley (21). Pues bien, creemos que Hamlet sí padecía una depresión clínica de tipo reactivo de cerca de dos meses de duración a consecuencia de la muerte de su padre. Su madre y su tío la describen con exactitud : « Buen Hamlet, le dice su madre, deja tu color nocturno… ; no busques siempre, con los párpadosbajos, a tu noble padre en el polvo » (I, 2, 129) ; y Claudio agrega : « … terco dolor…, dolor inútil… » refiriéndose a la autodescripción que Hamlet hace de su apariencia : » mi capa entintada, las acostumbradas vestiduras de solemne negro, los ventosos suspiros del aliento forzado,… … el abundante río en los ojos, … el aspecto abatido del rostro, unido a todas las formas, recodos y aspectos del dolor, lo que me puede expresar con verdad » (I, 2, 136) ¬claro está que estas palabras, según enfatiza el príncipe, no retratan con fidelidad suficiente su interioridad auténtica, porque podrían corresponder sólo a un rol que él gustara desempeñar (play), mientras que « tengo dentro algo que va más allá de la apariencia ». Inmediatamente después en su soledad él expresa ideas de suicidio y anhedonia » : ¡O si el Eterno no hubiera fijado su ley contra el suicidio ! … ¡Qué fatigosas, rancias e inútiles me parecen las costumbres de este mundo ! ». Volverá a referirse a su estado anímico abatido ante sus camaradas Rosencrantz y Guildenstern con emotivas palabras : « Desde hace poco, pero no sé por qué, he perdido toda mi alegría y he abandonado toda costumbre de entretenimientos. Y, desde luego, mi ánimo está tan cargado (heavily) que la tierra, esta hermosa construcción, me parece un estéril promontorio… ¡Que obra admirable es el hombre !… Es la belleza del mundo, el ideal de los animales ; y sin embargo, para mí ¿qué es esta quintaesencia de polvo ? El hombre no me deleita, no, ni tampoco la mujer… » (II, 2, 295). Lo que Tellenbach no consigue mostrar de manera inequívoca es su depresividad o condición depresiva, Schwermut en alemán, forma distinta a las depresiones endógena y neurótica : detención del flujo de la existencia (o parálisis del devenir, según Von Gebsattel) (38), opresión del espíritu (y no del cuerpo, como es característico de la condición endógena) que impide la realización natural de la trascendencia. Creemos más bien que él confunde los niveles ontológico y óntico cuando se refiere a la trascendencia. A la estructura ontológica del ser humano le pertenece el trascender, proyección de sus propias posibilidades que hace posible su estar en el mundo ; en palabras de Heidegger, es un saltar más allá (übersteigen) o sobrepasar de lo ente hacia el mundo ¬fundado mundo¬ como aquello donde el hombre vive regular e inmediatamente (39). El mundo se constituye como el término hacia el cual se dirige el trascender. Como componente esencial del hombre el trascender nos constituye ; no puede tener o no tenerse, porque se es trascendencia, aunque se puede expresar de distintos modos, uno de los cuales corresponde al modo de existir depresivo. En este sentido, Hamlet no puede tener un trastorno de la trascendencia. Sólo como fenómeno óntico, la trascendencia puede inhibirse, detenerse, fracasar, desfallecer, alternar, o, por el contrario, ser condición de lo genial y de la obra genial. Ahora bien, la inhibición de la trascendencia o fijación rígida entre alternativas, como caracterización de lo melancólico, aún limitada al plano óntico, es demasiado inespecífica, como queda ejemplificado en el príncipe Hamlet. ¿Cómo entender el frío asesinato de Polonio en un rapto rabioso y sin ninguna conciencia de arrepentimiento auténtica, más bien lleno de crueldad y obsesionado por alcanzar su meta de convencer a su madre : « este secretario ahora es muy silencioso y secreto y grave, después de ser en vida un villano necio y charlatán » (III, 4, 213) ? ¿Y sus siniestros comentarios cuando le preguntan por el lugar donde se encuentra el cadáver de Polonio : está « en una cena »…, no donde come él sino donde es comido… : engordamos a todas las demás criaturas para engordarnos, y nos engordamos para los gusanos » (IV, 3, 19) ? ¿Y su maquiavélico plan para eliminar a sus amigos Rosencrantz y Guildenstern ? ¿Y su manera despiadada de tratar a Ofelia, usándola sin consideración alguna por su persona sólo con el fin de embaucar a su tío y convencerlo que él sufría de locura ? ¿Y sus bravatas frente a Laertes en el entierro de la desdichada Ofelia : « yo amaba a Ofelia : cuarenta mil hermanos, con toda su intensidad de cariño, no alcanzarían mi suma… ¿Qué quieres hacer por ella [Laertes] ?… ¿Vienes aquí a gemir, a humillarme saltando a su tumba ? Entiérrate vivo con ella, y yo haré lo mismo » (V, 1, 263) ? ¿Y sus desvaríos, o como lo denominaban los otros personajes, madness, distemper, confusion, ecstasy, wildness ?
Todo esto nos llevó a plantear que Hamlet padecía una variedad de delirio sensitivo de referencia (11).
Kretschmer distinguió con minuciosidad la tríada que caracteriza el cuadro : predisposición caracterológica, medio ambiente restringido y vivencia desencadenante que calzan entre sí como llave y cerradura (40). Hamlet posee una constitución asténica con fuertes componentes esténicos, aunada a una propensión a la expansividad ; vulnerabilidad y blandura, por un lado, junto a ambición, obstinación y orgullo por el otro. Complicado, inteligente y de gran valía, fino, de ética escrupulosa, hipersensible y con una vida psicológica rica vertida tanto hacia lo espiritual como lo práctico ; en una zona decisiva de su existencia se halla privado de defensas frente a las durezas de la vida, encerrando en su intimidad de manera duradera las impresiones emocionales. O sea, muy susceptible aunque terco, gran confianza empero, tímido en su expresión social, talento exquisito para autoobservarse y autocriticarse no obstante acompañado con explosiones de alegría, rabia y dolor desbordantes. Todos estos rasgos manifiestan un defecto de conducción y un déficit de capacidad de descarga psíquica. La vida afectiva de Hamlet se ve arrastrada a intensísimas luchas interiores ¬la retención exacerbada¬ a causa de su sensible conciencia de culpa y de las aspiraciones éticas elevadas que no se acompañan de una evacuación suficiente del afecto sino sólo por momentos y de manera furibunda ¬su espina esténica y su innegable vertiente expansiva (que llegan al cinismo despiadado y la crueldad refinada).
De su medio ambiente digamos sólo que es estrecho y restringido como puede serlo una corte de un reino pequeño. El rumor, la gazmoñería aunada a la maledicencia, el escrutamiento permanente son las leyes de convivencia ; o como decía Freud, la propensión a la paranoia de las pequeñas diferencias. El joven príncipe heredero y sus andanzas son el blanco despiadado de las envidias y celos, sin posibilidad alguna de escaparse o, por lo menos, de llevar a cabo una vida independiente de esta atmósfera enrarecida.
El matrimonio inesperado de su madre inmediatamente después de la muerte de su padre con su tío y la ascensión de éste al trono son las vivencias de insuficiencia vergonzante que se juntan a la depresión del duelo : circunstancia humillante (Horacio le reafirma : « desde luego, señor, ha seguido muy pronto [la boda al funeral] » (I, 2, 179)) que ofende infinitamente su propia autoestima : no será él quien suba a dirigir la nación ni será ya más el favorito indiscutido de su idolatrada madre ¬ »La reina su madre casi vive de sus miradas ; y en cuanto a mí mismo, ella está tan unida a mí y a mi alma », dice el rey (IV, 7, 11), para definir el inmenso amor del príncipe por la reina así como la necesidad imperiosa del mandatario de su esposa, lo que indudablemente constituía una situación peligrosamente electrizada entre los tres. La derrota moral se entraba durante un tiempo en una pugna interior ¬oculta y sin salida ; el retorno obsesionante de esta serie reprimida y prensada conduce a un insoportable grado de tensión. El primer soliloquio sobre la carne mancillada no sólo habla de sus ideas de autoeliminación, sino principalmente se centra en el degradante envilecimiento que debe enfrentar producto de las circunstancias : « … ¡Qué asco me da !… ; sólo poseen cosas podridas y de naturaleza torpe ! ¡Que se hubiese de llegar a esto ! » (I, 2, 133) ; y termina con una diatriba contra su madre que revela su narcisismo profundamente herido : « Fragilidad tu nombre es mujer ». Pero el contenido vivencial recóndito ¬que, por tanto, se había mantenido en secreto hasta esos instantes en su intimidad¬ sufre una inversión consecutiva a una vivencia secundaria independiente ; o sea, el contenido vivencial interior primario se exterioriza en un delirio de referencia exterior. La acusación monstruosa del fantasma de su padre es la vivencia clave desencadenante que constituye la figura exterior del conflicto y autodesprecio interno, es la imagen en espejo de lo que hasta entonces eran autorrecriminaciones intrapsíquicas. Sólo así se entiende que cuando el espectro le conmina : « ¡venga su asesinato, torpe y desnaturalizado !… ; … se ha engañado pútridamente todo el oído de Dinamarca con un falso relato de mi muerte, pero has de saber, noble joven, que la serpiente que mordió la vida de tu padre lleva ahora la corona ! », inmediatamente confirma Hamlet : « ¡Ah, mi alma profética ! ¿Mi tío ? » (I, 5, 36). El fantasma sólo pone en voz alta lo que ya lo roía desde hacía cerca de dos meses. Por ello, no es cualquier hecho real el gatillante de la afección del joven. En otros términos, su desarrollo sensitivo sigue una línea quebrada : la vivencia patógena humillante primaria se eleva a una gran tensión afectiva ; de repente se interrumpe esta secuencia, surge la vivencia secundaria invertida y, a partir de ella, se estructura de nuevo y se solidifica en un delirio que, en el caso de Hamlet, va a oscilar ambiguamente entre creerlo absolutamente, dudar por momentos y manejarlo astutamente para manipular a los otros personajes en busca de la venganza final dilatada. Curso nada de llamativo si se piensa que estos delirios no degeneran en una destrucción esquizofrénica ni en una consolidación paranoide de la personalidad (41). El resto de la trama es una explicitación de este núcleo fundamental (11). Tan sólo como insinuación, hay que tener presente que el trastorno sensitivo es no procesal ¬no es incomprensible en su naturaleza¬, por lo que su contenido puede ser real ; esto sucede paradójicamente en la escena culminante última en que, herido de muerte, Hamlet describe la verdad y al mismo tiempo confirma inequívocamente su delirio : su tío, el rey, es efectivamente el asesino y su misión personal más propia es ejecutar el castigo al momento.
Las interpretaciones radicalmente diferentes recién esbozadas revelan lo inagotable de una obra de arte que merece tal nombre ; lo que pasa es que « lo que permanece, lo fundan los poetas », según aseveraba el bardo (17). El enigmático príncipe Hamlet es un héroe perplejo frente al sentido de la realidad, al igual que el Segismundo de « La vida es sueño » de Calderón : « ¿Yo Segismundo no soy ? ». El profesor Hubert Tellenbach contribuyó como pocos a adentrarnos en los misterios insondables de la existencia lograda y malograda. Por eso gustaba tanto de la interpretación de W. Szilasi de la melancolía : asomarse a las tinieblas y mantenerse en las tinieblas, pero en vista de la luminosidad (42) ; en palabras de Nietzsche, la enfermedad por la gran salud, o en la conocida estrofa de Hölderlin, « donde hay peligro crece también lo salvador ». Siempre supo del peligro inherente a la psiquiatría : convertirse en una técnica-in-humana. Sus enseñanzas nos recordarán la necesidad de volver una y otra vez a los fundamentos antropológicos últimos de nuestra ciencia. « Formación para ser médico, dijo en una conferencia en Chile dedicada a los estudiantes de medicina, es siempre formación de uno mismo hacia un ser espiritual que pueda corresponder a la vocación médica ».
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