Juan José IPAR : La utopía freudiana

Este trabajo completa una tesis doctoral que trata de mostrar a Freud como un autor impregnado de « modernismo » (intento de construir un saber psicoanalítico consistente). Por ello es importante conocer mejor los aspectos utópicos de sus doctrinas, tal como las que expone en El porvenir de una ilusión y otros escritos. La división de la Historia en diversos períodos y su correlación con la Psicopatología es otro tema aquí tratado. Esto último es una reconstrucción hecha a partir de textos impublicados recientemente conocidos y a los que Freud denominó « fantasía filogenética » (1915).

This work completes our doctoral thesis about Freud shown as an impregnated of « modernism » author (attempt of building up a consistent psychoanalytical knowledge). Therefore, it’s important to know better the utopian aspects of his doctrines, just as he exposes them in Die Zukunft einer Illusion and other writings. The division of History in various periods and its correlations with Psychopathology is another theme treated here. It’s a reconstruction made from unpublished texts recently known and whom Freud denominated « philogenetic phantasy » (1915).

ALCMEON 24 ; Año VIII – Vol 6- Nº 4 – Marzo 1998

Introducción

La lectura del corpus freudiano centrada en la modernidad de su espíritu no puede quedar completada sin que reseñemos, siquiera someramente, sus aspectos utópicos y, a modo de ejercicio, las diversas etapas en que podríamos dividir la prehistoria e historia humanas, las cuales culminarían hipotéticamente en una futura Edad de Oro, en la que los dos elementos antagónicos entre los que se desenvuelve nuestra cultura- trabajo (Arbeit) y goce (Genuss) quedarían definitivamente conciliados y armónicamente entrelazados.

El futuro es el tiempo de la utopía porque es el tiempo de lo que [aún] no es y, por ende, es el tiempo del deseo, aquél en el que, movidos por éste, imaginamos un estado más o menos ideal de las cosas, un tiempo en el cual la perfectibilidad humana encontraría un kantiano cumplimiento.2

Utopía, del griego, es lo que no puede ubicarse en ningún lugar físico debido a su índole ideal y ejemplar. El escenario de la utopía no es, entonces, otro que el de la mente y, por extensión, el de los libros en que estas verdaderas formaciones de deseo (Wunschsbildungen) nos son presentadas y expuestas por sus autores. Utopía no significa necesariamente irrealizabilidad, aunque su materialización sea problemática, sino que, más bien, representa una tarea que el género humano tiene planteado como ideal a plasmar.

Aunque esta idea haya desaparecido de nuestro horizonte cultural, hay que pensar que para los modernos el ideal obliga, esto es, compromete al hombre en su realización. Ser un hombre es tener un ideal y luchar por su concreción : de allí la importancia otorgada al trabajo, visto ya no como castigo bíblico impuesto por Dios a la soberbia del hombre, sino como esfuerzo (Bemühung, conatus) en pos de un ideal que es su determinación ontológica primera. En la idea spinoziana de conatus se anudan ejemplarmente las ideas de ser, ideal y esfuerzo.

Por otra parte, por más que los primeros escritos utópicos procedan del Renacimiento (Campanella, Bacon, Moro, etcétera), hay que reconocer que la idea de la utopía tiene raigambre cristiana. La Nueva Alianza entre Dios y el conjunto de los hombres incluye la promesa del Reino de Dios, de carácter espiritual y posterior a la consumación de los tiempos, cuya anticipación histórica es la Iglesia católica instituida por Cristo.

Los autores renacentistas y modernos no hacen, pues, más que trasladar la escena idealizada a este mundo -aunque marginalmente alojada en mentes y libros- y transformar la promesa (Versprechen) de un reino ultraterreno y perfecto en una tarea que nuestra propia naturaleza nos propone e impone como una suerte de destino.

El eros que mueve a la raza de los humanos es, según los renacentistas, el afán de prosperar, heredera lejana de la J`8 : » (osadía), de la que hablaba Sófocles. No es vano recordar que de una vieja raíz latina *av, que da el verbo aveo (desear vivamente), proceden tanto audacia como avidus. Y también avaritia. Hay una inquietud en lo profundo del hombre que lo impele a buscar y traspasar los límites que se le presenten. Por ello esa J`8 : » es asimismo su exceso, que lo condena a malograrse una y otra vez. Toda experiencia histórica en que se ha tratado de llevar a la práctica un ideal ha terminado en un fracaso, muchas veces contundente y desmoralizador.

Ausschwitz, como corolario quizá necesario de la experiencia fascista, y, más recientemente, la caída del muro de Berlín testimonian tristemente esta especie de compulsión al fracaso de la que tal vez no nos curemos nunca, por más post modernos que logremos llegar a ser.

Pero aquí no nos ocuparemos de cómo la Postmodernidad [no] piensa la utopía, sino que habremos de retrotraernos a una perspectiva netamente moderna como todavía lo es la de Freud en los años 20.

La horda como punto de partida de la sociabilidad humana

Es sabido que Freud hace suya la hipótesis darwiniana de la horda primitiva, según la cual en tiempos remotos los humanos se habrían organizado de manera idéntica a la de los monos superiores que podemos observar actualmente. Un macho dominante -en ocasiones un pequeño grupo de ellos- se reserva el comercio sexual con las hembras y aparta sistemáticamente de ellas a otros machos más jóvenes o más débiles, excluyéndolos en muchas ocasiones de la tropa y obligándolos a llevar una vida aparte en los llamados « grupos de solteros ».

El o los jefes de la horda son continuamente desafiados por los excluidos y, a medida que envejecen, van siendo sustituidos por otros machos más jóvenes y fuertes. Tal habría sido la situación del género humano en sus albores bajo la predominancia del macho (padre) más fuerte. El status de las hembras, a pesar de la existencia de jerarquías entre ellas, es el de meras posesiones, o bien el de objetos de disputa. No son todavía objeto de intercambio como lo describe Levy-Strauss en las sociedades primitivas, a las que caracteriza como clubs de hombres que intercambian objetos y, de entre ellos, un tipo de objetos especialmente relevante, las mujeres.

Pero, tal como lo aclara Freud en Totem y Tabú, si rastreamos en el pasado humano, no encontramos trazas de hordas ni aún entre los pueblos más « primitivos » o « atrasados ». En todas partes hallamos una organización social clánica que Freud llama, siguiendo a los antropólogos de su época, totemismo. El totem es, por lo general, un animal del cual un clan cree descender y al cual tiene prohibido dar muerte o causar daño en forma alguna, salvo en ciertas ocasiones especiales y solemnes en las que el animal totémico es sacrificado y ceremonialmente devorado (comida totémica).

La interpretación freudiana, ya clásica, se resume de la siguiente manera : el animal totémico representa al padre de la horda primitiva y la ceremonia de su sacrificio e ingestión recuerda un momento crucial de la historia humana, el del parricidio (véase nuestro desarrollo acerca de la categoría freudiana de Beseitigung), en el que el padre es asesinado por los hijos coligados. La comida totémica representa a un tiempo la identificación con el padre muerto y el compromiso de cada hijo de no ocupar el lugar ahora vacante.

Esta vacancia producida por la muerte del padre abre paso al proceso que llamamos significación. En la horda funciona un sistema de señales -por lo general, mímicas- que permite un intercambio de mensajes. En el clan totémico, en cambio, hay vacío y, por tanto, hay posibilidad de representación.

Los signos se basan en representaciones (imitativas, en principio) y para que haya representaciones, es necesario que el objeto a representar esté ausente. La autoridad del macho jefe de la horda es indelegable (irrepresentable, no hay representación en el sentido de Vertretung, delegación) porque la horda no dispone de signos y por ello es que el jefe debe estar siempre presente, emitiendo señales que alejen a los machos rivales. La omnipresencia del padre de Schreber, lo vimos, impedía a su atormentado hijo adquirir una representación que lo simbolizase, condenándolo a percibir continuamente ominosas señales que no podían ser adecuadamente significadas por él. Como en el célebre « juego del carretel », el padre ausente puede ser pensado como muerto (castrado), dando lugar a una representación que ponga en signos el más primitivo de los deseos, el de muerte (Todeswunsch) encarnado en el parricidio.

El deseo está, pues, del lado de los signos y de las representaciones. Las señales trasmiten solamente estados de ánimo. Cuando decimos que el mono excluido « quiere » sustituir al jefe al lado de las hembras o que este último « desea » la posesión del mayor número posible de ellas, no hacemos más que proyectar significaciones (deseos) en donde todavía no los hay. ¿Y qué hay allí, antes de que sea posible un deseo ? Obviamente, cualquier respuesta que se intente mentará un deseo, puesto que estamos atrapados en el universo de los signos y ya no somos capaces de manejarnos con puras señales.

Humorísticamente, podríamos decir que únicamente un gesto -obsceno, claro- podría dar cuenta aproximada de qué es lo que se trata en la horda.

La señal es, por así decir, plena (e inmóvil), su decodificación es mecánica y no puede ser, por tanto, malinterpretada, aunque, por supuesto, puede haber conflictos por inadvertencia o desafío. El deseo, por el contrario, está sujeto a perpetua mala interpretación o malentendido debido a la naturaleza móvil de los signos, que los pone en contacto con otros signos, tendiendo fácilmente al deslizamiento y a la equivocidad.

La señal tiene una relación uno a uno con el mensaje que trasmite, mientras que todo signo hace oposición con multitud de otros signos, dando lugar a múltiples significaciones. Por ejemplo : amor hace oposición con odio (contraste), pero también hace oposición con deseo sexual (mero deseo sexual) con enamoramiento (juvenil, apasionado, volátil), con amistad (no incluye vínculo sexual) con amorío (pasajero, inimportante), etcétera. « Hagamos el humor » era el nombre de un programa de TV, obviamente cómico, en el cual la sustitución de amor por humor aprovecha la similisonancia de ambos términos. Y así, ad infinitum.

Por medio de ese acto simbólico que es el parricidio, el hombre ingresa en el mundo de los signos y adviene a la dimensión de lo simbólico y de lo representativo, dejando atrás las simples señales, que por su plenitud e inarticulación pueden asimilarse o compararse a lo que llamamos holofrases, esto es, mensajes donde los elementos que los componen están soldados conformando un bloque continuo. Muchas « frases hechas » remedan estas holofrases y muchos autores ponen guiones entre las palabras que las integran para señalar, justamente, que se trata de un bloque inanalizable, imposible de descomponer y que lo que porta valor en el conjunto considerado como una unidad. Por ejemplo, si un escritor pone en un texto la expresión « mujer-en-la-flor-de-la-edad » nos está advirtiendo que el personaje sólo vale como « mujer joven » y que el lector debe apartar de su mente toda otra consideración que las palabras puedan suscitar en él (flor remite a perfume, etcétera). El personaje está como congelado en su juventud y ninguna otra cosa en él resaltará, apartándolo de esa única nota que lo caracteriza como « joven ».

La movilidad y tendencia a deslizarse de los signos desgastan nuestra paciencia : en un conocido film de V. de Sica (Milagro en Milán), la escena final culmina con una voz en off que dice : « Y se fueron a un país en el que « buenos días » quiere decir « buenos días » », en alusión a un gentío que parte volando en escobas a la manera en que se suele representar a las brujas medievales.

No es casualidad que la noción de holofrase haya sido utilizada por Lacan a propósito de la modalidad comunicativa de pacientes con enfermedades llamadas psicosomáticas (esto no incluye a las personas que padecen de algún trastorno vegetativo o psicosomático como síntoma de su neurosis, en especial, obsesivos), a los que clásicamente se considera como personas con dificultades para asociar en la sesión psicoanalítica.

Por supuesto, no se trata de que no hablen, sino que cada comunicación no vale como asociación o comentario de la que antecede, sino que sus dicterios vendrían a constituir una sucesión de mensajes que no se articulan unos con otros, una lista (percursio) de informaciones con las que resulta imposible estructurar una interpretación unificadora al modo en que solemos hacerlo con cierta facilidad en el caso de sujetos neuróticos. Algo semejante ocurre en La cantante calva : allí, Ionesco satirizaba ciertos aspectos de las conversaciones formales, especialmente el uso catacrético de las frases hechas y los lugares comunes, que vuelven impersonales las relaciones personales, produciendo una impresión de neutralidad afectiva parecida a la que provoca este tipo de pacientes. Hay que distinguir esto del aislamiento típico de los pacientes obsesivos : en éstos, la represión sustrae ciertas asociaciones (Verbindungen) entre sus dichos, produciendo esa apariencia de desconexión entre ellos, que se desvanece una vez restituidas las asociaciones faltantes, cosa relativamente sencilla para un analista con un poco de práctica.

La holofrase es, pues, un producto intermedio entre la señal y el signo ; utiliza elementos significantes de modo compacto y fusionado que le otorga al mensaje el valor de una señal donde la significación no se desliza remitiendo a otros signos, sino que queda congelada y encerrada en sí misma. Por lo demás, las señales avisan o alertan acerca de algo, pero no suponen ni esperan una respuesta ; informan, pero no comunican. Siempre es necesario estudiar en los [pocos] sueños de estos pacientes qué idea tienen de sí mismos como personas y de los demás, puesto que, por así decir, faltan vivencias que expliquen en qué consiste estar vivo, sufrir, gozar, etcétera.

Con los clanes empieza la sociabilidad propiamente humana y con ellos comienza la nominación. Cada clan tiene un nombre que lo identifica y distingue de los demás. Más allá de las indecidibles disputas acerca de la antigüedad del lenguaje en los humanos -que algunos sitúan en alrededor de 15 mil a 18 mil años- podemos suponer que totemismo y nominación (aunque sea incipiente) deben haber ido de la mano, representando el momento del pasaje del estado de naturaleza al de cultura, que tanto interesaba a los autores políticos de los siglos XVII y XVIII. Por tratarse de « historias hipotéticas », como se las llamaba entonces, no son más que presunciones que podrían tener cierta base histórica, pero que, a fin de cuentas, no son sino mitos científicos en los que se intenta dar cuenta del origen de algo, a saber, la sociedad humana.

Los clanes deben haber tenido su época de esplendor hasta el advenimiento de lo que Gordon Childe llamó « revolución urbana » y conservó indudablemente su vigencia en comunidades pequeñas y apartadas (aldeas) o en pueblos pastores nómades. La vida ciudadana, que supone la coexistencia de varios clanes compartiendo un único lugar común, los inevitables cruzamientos, el aumento poblacional y la progresiva relajación de la autoridad del jefe del clan en beneficio de las nuevas autoridades de la ciudad, minaron la estructura interna de los clanes. En un comienzo es probable que un clan más fuerte y numeroso impusiera su autoridad a otros más débiles y se reservara la autoridad para sí.

En Atenas, por dar un único ejemplo, la dignidad real sólo podía recaer en uno de los Butades, clan descendiente de Butes, y la razón de ello era que dicho clan tenía como diosa doméstica a Atenea, devenida en tiempos remotos diosa patrona de la ciudad, a la cual sólo podían ofrendar los integrantes de dicho clan. Más tarde se va limitando progresivamente la autoridad al plano religioso y se nombran nuevos funcionarios para administrar la ciudad y dirigir sus guerras.

La Historia -y también la Prehistoria, hasta donde sabemos- registra toda una cantidad de vicisitudes y transformaciones de las sociedades humanas (reyes teocráticos, democracias esclavistas, imperios mundiales, feudalismo, absolutismo, monarquías constitucionales, fascismo, democracias al estilo occidental, comunismo, etcétera) y un sinfín de intentos de conciliación de los intereses comunes e individuales. Todos estos cambios se deben a eso que Freud llamó malestar (Unbehagen) y al que presenta como verdadero motor de la Historia, cosa que descalificaría la idea contemporánea de « volver a la naturaleza » o, al menos, a una sociabilidad más elemental y « humana », apartándose de los peligros y lacras de la cultura moderna (hacinamiento, masificación, contaminación, violencia, etcétera).

Si la horda era tan buena, ¿por qué la abandonamos ? Para Freud hay un indudable e irreversible progreso en estas transformaciones que la sociabilidad humana ha experimentado a lo largos de los siglos, aunque es preciso reconocer que dicho progreso ha debido suponer el abandono de ciertas formas de goce y su sustitución por otras formas más refinadas, proceso que no ha verificado sin que medien grandes resistencias individuales y colectivas que ha sido menester superar. Por ello es que decimos que la idea de cultura implica necesariamente la de trabajo, pero la de trabajo de superación de resistencias que apunta a la supresión del malestar, situación de efectos al parecer paradójicos (más cultura, más malestar).

Para aclarar este gigantesco malentendido, Freud se ve precisado a especular trascendiendo los límites de lo psicológico e internándose en lo biológico. La vida supone una descarga incompleta de tensión, parte de la cual debe ser retenida a los fines de la reproducción y autoconservación. La muerte biológica no es sino una descarga a cero y un retorno a un estado inorgánico más estable. La cultura (como la represión en el caso de los individuos particulares) impide esa tendencia a la descarga total, imponiéndole un aplazamiento (Aufschiebung) y una transformación (Veränderung).

Volviendo al totemismo, Freud declara3 que dicha fase de la cultura se funda en las restricciones (Einschränkungen) que « los hermanos hubieron de imponerse para consolidar el nuevo sistema » (sigo la traducción de López Ballesteros) y que « las prescripciones tabú fueron el primer derecho (Recht) ». Hay dos tabúes que disputan la primacía : el del incesto y el del homicidio (consecuencia y recordatorio del parricidio) : Freud desarrolló la importancia del primero y, si bien le dedicó al segundo extensos párrafos en, por ejemplo, Totem y Tabú, estuvo lejos de equipararlos, siendo que van uno con el otro y que, puestos en la perspectiva correcta, resultarían prácticamente la misma cosa o dos aspectos distinguibles de la misma.

En un típico a posteriori, se juzga al parricidio como un justo castigo al incesto corporizado en el padre de la horda y el No matarás se convierte en un No volverás a matar [sin justa causa].

La restricción (Einschränkung) es, entonces, la causa del malestar y es su causa necesaria debido a la naturaleza (Natur) del hombre, « que no es una criatura tierna y necesitada de amor que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser en cuyas disposiciones instintivas (Triebbegabungen) también debe incluirse una buena porción de agresividad (Aggressionsneigung, literalmente inclinación a la agresión) ».

El cuadro que describe Freud de la naturaleza humana es, como se echa de ver, bastante sombrío. Y sigue, más abajo, diciendo que el prójimo es, además de objeto sexual, « un motivo de tentación (Versuchung) para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo » (cap. V). El prójimo, por su parte, otro tanto respecto de mí, de allí que la fórmula que condensa la naturaleza propia del hombre y la intersubjetividad sea aquel proverbio latino, según el cual homo lupus hominis [est]. El párrafo aludido comienza con estas palabras : Das gern verleugnete Stück Wirklichkeit hinter alledem ist, dass… (El fragmento de realidad gustosamente renegada es que… etcétera, etcétera). Este modo de encabezar la descripción de la naturaleza humana por parte de Freud es interesante, pues informa de entrada que esta verdad fundamental, la índole agresiva irreductible del género humano, es objeto de una renegación (Verleugnung) : no queremos saber nada de que somos así ; lo sabemos, pero nos comportamos como si no lo supiéramos en absoluto y no sólo eso, sino que nos llenamos la boca hablando de virtud, se nos va la vida haciendo profesión de virtuosos. Recalco : es más que una represión (para ello bastaría con un olvido u otro acto sintomático), se trata de que abjuramos, desmentimos lo más enérgicamente posible esta verdad.

La sociedad victoriana (y la nuestra también) ha reprimido, sí, el conocimiento de la sexualidad infantil, pero no ha renegado en los hechos de él y eso se percibe claramente en las medidas de protección y vigilancia a la apasionada sexualidad de los niños respecto de adultos que pudieran aprovecharse de ella. Por tanto, debemos pensar que esta cuestión de la naturaleza agresiva del hombre es aun más difícil de aceptar que la sexualidad infantil y una defensa más enérgica se vuelve necesaria debido, quizás, a que la sociabilidad se funda en la posibilidad de amar al prójimo, superando nuestras primerísimas inclinaciones a aprovecharnos de él y maltratarlo.

Cabría agregar que esta fuerte apostasía que hacemos de nuestra agresividad impide su superación y nos eterniza en ella, pues no puede ser adecuadamente elaborada -falta la Erwerbung- por medio de procesos judicativos. Dice Freud un poco más abajo (cap. V de Malestar…) que « por esta primordial hostilidad entre los hombres, la sociedad civilizada está constantemente amenazada por la desintegración (Zerfall) ».

Así pues, para Freud la causa del malestar radica en esta naturaleza cerril y violenta de los hombres y no en la insuficiencia de los signos. Éstos, empero, permiten un intercambio más rico que el mero cruce de señales : merced a ellos es posible la Erörterung (debate, vide supra) acerca del valor que ha de asignarse a las comunicaciones. Ya vimos que en la sesión analítica existe el peligro siempre latente de esterilizar el esfuerzo analítico en un interminable debate, debido a esta insuficiencia de los signos que hace que siempre pueda ser dicho algo más sobre cualquier tema, cosa que haría que, una vez planteada una cuestión, fuese imposible darla un cierre que permita pasar a otro tema, etcétera. Suele comentarse con hilaridad que la idea de Lacan de la sesión breve comenzó a propósito de un paciente que hablaba sesiones y más sesiones acerca de un trabajo que estaba preparando sobre Dostoievski, lo cual aburría mortalmente a Lacan (y a cualquiera, hay que admitirlo). El paciente convidaba a una Erörterung defensiva y vacía de la cual nunca sacaría nada en limpio y ello justificaba seguramente la contramaniobra de Lacan de interrumpir la sesión antes de lo que el encuadre tradicional marcaba como recomendable y canónico. Un kleiniano, podemos suponer, hubiera adoptado otro temperamento : hubiese interpretado largamente ese intento del paciente de atacar (por envidia) la capacidad de pensar del analista atiborrándolo con palabras acerca de Dostoievski. La modalidad fóbica de la técnica lacaniana consiste en que el analista se corre constantemente del lugar al que es convocado y contrasta con la modalidad obsesiva y militante del kleiniano que arremete contra las resistencias que se le presenten.

El resultado, curiosamente, es el mismo : el analizante del lacaniano aprende que no se puede discutir con quien rehuye el debate y podrá eventualmente darse cuenta del aburrimiento que provoca en su auditorio, mientras que el paciente del kleiniano aprenderá a callarse la boca y a dejar de decir estupideces para evitar las furias de su analista. Finalmente, ambos aprenderían a considerar un poco a los demás y también algo de prudencia, que es, como decía D. Liberman, la virtud de los fóbicos.

El Psicoanálisis, más allá de las técnicas que las diversas escuelas ponen en práctica, intenta suprimir esta insuficiencia de los signos, pero el riesgo es, como vemos, derivar en una tarea de aclaramiento (Aufklärung) infinito de los malentendidos a que los signos nos condenan. De tal modo, la futura e hipotética Edad de Oro podría ser pensada de dos maneras : una, como superación de la insuficiencia de los signos por algún medio que no podemos siquiera imaginar, atrapados como estamos en ellos ; y otra, como adecuación a esta fatalidad y resignación a lidiar con ellos, aunque beneficiados con los auxilios del Psicoanálisis, que devendría por ello en metodología maestra de la cultura humana en su conjunto.

El mundo postmoderno, visto aquí como encarnación de dicha Edad de Oro, parece avalar parcialmente ambas posibilidades, puesto que, por un lado, vivimos bajo el imperio de las imágenes y los efectos especiales (véanse en Baudrillard la importancia de la TV y de la globalización), capaces de producir efectos contundentes y terminantes (hacen cesar el debate por medio de signos) ; y, por otro, vivimos en una atmósfera de tolerancia y permisividad que propician indudablemente el debate racional no violento a la manera en que lo propone, por ejemplo, Habermas. Podemos decir, no sin sarcasmo, que no sabemos bien si estamos leibnizianamente establecidos en « el mejor de los mundos posibles » o si atravesamos un período de disolución social y degradación de los signos, que se ven desplazados por otra entidad que a veces llamamos imágenes, y otras, con mayor precisión, íconos.

El ícono es un producto imaginario que concentra significación más o menos congelada (en esto se asemeja a las señales) o estereotipada, lo cual facilita su manipulación. Si el ícono es un producto, se aproxima desde esa perspectiva a la noción de mercancía, y supone un fabricante. Hollywood, por dar un ejemplo por todos conocido, ha sido y es una gran fábrica de íconos culturales, sus stars no han sido otras cosa que íconos.

Mae West era la-chica-mala-con-el-corazón-bueno, Greta Garbo o Gloria Swanson eran las femmes fatales, la-mujer-devoradora, perdición-de-los-hombres del cine mudo. Estaban las-chicas-buenas-que-sufren, los-galanes-recios-y-castigadores, los villanos-miserables-y-perversos, y toda una galería de estereotipos. Por supuesto, Hollywood gustaba juguetear y presentar a sus stars al menos una vez en el rol opuesto al usual : Garbo hace una única comedia en la que se muestra como una mujer masculinizada y dubitativa, Swanson se parodia a sí misma como una estrella del cine mudo retirada y loca, la buena de Olivia de Havilland tortura por una única vez a una inusitada Bette Davis tontorrona y débil, etcétera.

Los íconos son aptos a los fines del culto : la star tiene su correlativo en el fan, que la adora y colecciona sus fotografías u otros objetos que la representen (autógrafos, prendas íntimas, etcétera). Los íconos son también aptos para montar a su alrededor campañas publicitarias y sistemas de venta. Pero la gran ventaja de los íconos es que por su intermedio uno puede guiarse y situarse en situaciones complejas. Los escudos, las banderas, los logos publicitarios y las marcas impresas en la ropa ubican al sujeto en algún lugar del mundo, le proveen una pertenencia suplementaria. Ya desarrollamos la noción de pertenencia (Zugehörigkeit) a propósito de Totem y Tabú y vimos que pertenencia es, primariamente, pertenencia a un clan, subordinación del individuo a un totem.

Es lógico que la decadencia del sistema clánico en la ciudad -y su práctica desaparición en las megalópolis de la actualidad- tornan necesarísimo su sustitución por nuevas formas alternativas de pertenencia. El auge del tatoo y de todas las formas de body art son testimonio de lo que acabamos de decir, desde que, como lo señala Freud, los tatuajes y escarificaciones de los llamados pueblos primitivos no son otra cosa que marcas de pertenencia y la identificación con un totem de un clan.

Las señales son mensajes dirigidos a generalidades eventuales : por ejemplo, cuando un animal toma posesión de un territorio marcándolo con sus deyecciones, avisa de ello a todo-congénere-que-circunstancialmente-acierte-a-pasar-por-allí. Los signos, en cambio, permiten mensajes personalizados (por la nominación) dirigidos a un individuo en especial y con exclusión de todos los otros individuos de su clase. La nominación produce cierta estabilización de los signos, pues es posible por su intermedio no solamente destinar con precisión un mensaje, sino también puede el emisor comentar su propio mensaje, fijando su posición al respecto. Todo metalenguaje y metamensaje supone un sistema de signos.

La angustia tiende a desestabilizar los signos : una paciente expresaba su estado angustioso diciendo que « las palabras le bailaban en la cabeza », se asociaban formando cadenas locas cuya significación escapaba a su comprensión. Comprobamos diariamente en la consulta que la mera nominación, el simple hecho de ponerle nombre a una vivencia o sentimiento, calma la angustia. Sobre todo al comienzo del análisis, los analizandos no disponen de un vocabulario con el cual designar y exponer lo que les ocurre y es de rigor que paulatinamente inventen toda una serie de idiolectos. Así, un analizando relataba que una noche había salido a caminar y que paseaba distraídamente, « pateando tachitos », pero que, poco rato después, se hallaba envuelto en una situación sumamente angustiosa vinculada con sus tentaciones homosexuales.

La expresión « patear tachitos » quedó incorporada al análisis para designar precisamente situaciones de peligro inminente por completo inadvertidas por el sujeto en cuestión, que sólo registraba un agradable estado de tranquila despreocupación. La expresión condensa una cantidad de asociaciones que luego la hicieron comprensible : « tacho » es un eufemismo por « posaderas », por lo que queda más clara la intención inconsciente del sujeto de tener una aventura quizás homosexual activa. Un breve texto de Kafka que se refería a un individuo que experimentaba un muy particular estado de exaltación y dominio paseando solitariamente de noche mientras los demás duermen en sus casas, resaltaba también los peligros de la seductora omnipotencia. Así, pues, entre la nominación compartida y los idiolectos hay una amplia gama de variedades de signos que marcan lo universal y lo particular en un individuo. Todo ello es posible por los signos.

El surgimiento del Psicoanálisis vendría a cerrar el capítulo de la historia humana que empieza con el parricidio porque denuncia su mero valor de mito simbólico y libera a los hombres del malentendido de la culpa y de la subsecuente necesidad de castigo, dando comienzo a una nueva etapa : la de la preparación (Vorbereitung) de la posible Edad de Oro. Freud, no obstante, no deja de señalar que el padre asesinado reaparece de alguna manera en el pater familias del clan, sacerdote y juez a la vez, figura patriarcal en la que se corporiza la autoridad que otrora detentara el jefe de la horda.

Y, además, con un agravante novedoso : ahora su autoridad no se basa en la fuerza, sino que está cargada de sacralidad. Con la posibilidad de la representación (delegación que implica desplazamiento) aparece eso que llamamos investidura, ropaje exterior que confiere valor al que lo porta, instituyendo lo que los griegos denominaban jerarquía (hierarchía, de hierós, sagrado, y arché, principio), clave de ordenación de los individuos.4

En el clan totémico la investidura es efecto de un acto y para que haya actos es necesario disponer de palabras (signos) que performativamente los realicen. La nominación de la que venimos hablando es típicamente un acto por el cual se impone performativamente un nombre a alguien y con ello se lo instituye como persona reconocible en un medio social.

Decir que el Psicoanálisis denuncia el valor simbólico del mito del parricidio puede ser leído de dos maneras : una sería verlo como un modo de destacar su importancia fundante para la cultura totémica y de allí para todas las formas culturales de la sociabilidad que de ella se derivan a lo largo de la Historia ; y, otra, exhibir su irrealidad (es sólo un símbolo), con lo cual la autoridad sacralizada del pater familias quedaría objetada, puesto que la sacralidad no derivaría de la naturaleza de las cosas, sino de un acto de investidura arbitrario y contingente. El Amo no es verdaderamente un Amo, sino una persona común y corriente que porta una investidura. Parafraseando el viejo cuento infantil, resultaría evidente que, debajo de sus vestiduras, el Rey está irremediablemente desnudo. Recibir una investidura suena ahora a lucir galas ajenas, concedidas temporariamente en préstamo, con la intención defensiva de recubrir la verdadera condición humana subyacente : la desnudez, que no es otra cosa que desamparo (Hilflosigkeit).

La época que se inaugura con el Psicoanálisis, la de la preparación (Vorbereitung) de la posible Edad de Oro futura, se caracterizará, por ende, por su crítica radical de la autoridad y de las restricciones (Einschränkungen) que de ella emanan. Los tabúes pertenecen a una era perimida y ya no son más necesarios, pues ahora se trata, precisamente, de intentar una sociabilidad sin Zwang, esto es, sin violencia y sin culpa. Esta caída de los tabúes produce esa sensación de desintegración (Zerfall) social que campea en Occidente. La sociedad es vista como un cambalache donde las jerarquías son ridiculizadas y cuya eficacia ordenadora ha desaparecido. La insuficiencia y decadencia del Nombre del Padre y la vocinglera emergencia de La Mujer han sido magistralmente descriptas por los lacanianos, ya alejados del optimismo del Freud de El porvenir de una ilusión. Ese Freud nos diría que no debemos asustarnos y que es inevitable que esta transición traiga consigo esta impresión de descomposición social donde las tendencias perversas que anidan en lo profundo de la vida anímica humana parecen haberse desatado. A pesar de todo ello, la razón terminará triunfando, el caos en el que estamos en apariencia sumidos terminará disipándose ineluctablemente y dejará su lugar a una sociedad más justa y menos autoritaria.

Los estadios de la Historia humana y las fases del desarrollo individual (Complejo de Edipo) Reordenando lo hasta aquí expuesto, podemos periodizar resumidamente la Historia humana de la manera siguiente :

1) Horda primitiva, estadio hipotético caracterizado por la predominancia prepotente de un padre omnipresente ;

2) Estructura de clanes, con el totemismo como su primera manifestación, en el cual la sociedad es una organización fraterna que se reúne y homenajea el lugar vacío dejado por la muerte del padre primitivo. La contradicción interna es la pugna y alternancia entre los sistemas monárquicos, resabios nostálgicos de la horda, y los sistemas fraternos que se orientan a una concepción más democrática del poder.

3) La época de la preparación (Vorbereitung) de la Edad de Oro, ocupada principalmente en la preparación de una élite capaz de imponer la cultura a las masas sin violencia (Zwang). Freud resalta el valor educativo del amor, pero cabe destacar que subsiste la dialéctica minoría ilustrada/mayoría inculta.

4) La Edad de Oro, tan hipotética como la horda, y de la que Freud solamente dice que en ella coincidirían o armonizarían los dos opuestos principales que motorizan la dialéctica cultural : el trabajo (Arbeit) y el goce (Genuss). Es muy manifiesto que Freud no quiere explayarse en ella, pues, teniendo como tiene una idea asaz pesimista de la naturaleza humana, podría ser visto como contradictorio plantear seriamente que con semejante elemento humano sea posible alguna vez una concordancia que trascienda los discursos. Algo semejante le ocurre a Kant : por un lado insiste en la perfectibilidad humana, tema que aborda en nuestro conocido ¿Qué es la Ilustración ? y, por otro, ve nuestra naturaleza como una madera retorcida de la que nada demasiado bueno puede resultar y contra la cual hemos de luchar como mejor podamos (textos sobre el Derecho).

Es una cuestión de actitud, no hay contradicción realmente en ello y ambos autores vacilan entre el pesimismo más negro y el más esperanzado de los optimismos. Podríamos suponer que en una Edad de Oro futura cesaría la dialéctica minoría ilustrada/mayoría inculta y, por ende, que las diferencias entre las clases sociales desaparecerían, y con ellas, las clases sociales mismas.

Pero no es seguro que Freud tuviera eso en mente : por de pronto, en Malestar en la Cultura critica explícitamente al comunismo su exagerado e indebido optimismo en relación al hombre al no tomar en cuenta su naturaleza agresiva.

Resulta bastante evidente que, si trazamos un paralelo entre estas etapas de la prehistoria e historia humanas y las correspondientes al desarrollo del complejo de Edipo (consideremos la versión lacaniana), encontramos rápidamente una semejanza entre el padre de la horda primitiva y el padre del segundo momento del Edipo : allí, el padre irrumpe violentamente en la díada madre-hijo, aparece como el poseedor absoluto del falo, razón por la cual se hace desear por la madre y se lo presenta desposeyendo (del falo) a la madre y privando (de la madre) al niño. En suma, un padre incastrado y violento en quien se concentran los atributos del poder y la sexualidad, mientras que en el tercer momento del Edipo tenemos un padre pacífico que es encarnación o, mejor, portador visible de una Ley abstracta que lo excede.

El padre es ahora un hijo, un hermano de otros como él que resultan ser sus iguales, pertenece a una clase de sujetos y encuentra su lugar en una generalidad. La Edad de Oro se correspondería entonces con el final de este tercer momento del Edipo, caracterizado por una en principio completa aceptación de la muerte y castración del padre y de la subsecuente renuncia a ocupar su puesto vacante, esto es, la aceptación de la propia castración, que es lo que en el fondo es resistido por cada cual.

La paternidad (paternalismo, monarquía) se vería sustituida por la fraternidad (democracia) como modelo de las relaciones interhumanas, ideal al que quizá ninguna sociedad ni sujeto particular alguno jamás acceda en forma completa.

La idea de que ya hemos ingresado en la Edad de Oro iría de la mano con ciertas opiniones acerca del fin de la Historia [política] y del definitivo triunfo de un único sistema político, la democracia al estilo occidental (club de consumidores que votan), cuyos principios fueron enunciados y consagrados por los revolucionarios franceses de 1789 y por la Constitución americana, modelo de todas las otras constituciones burguesas que le siguieron. Vivir en democracia implica nada menos que reconocer que toda verdad debe ser discutida por sus integrantes debido a que no existe ninguna instancia infalible de validación que garantice su veracidad y, además, admitir la transitoriedad y precariedad (Vergänglichkeit es un término alemán que expresa esta idea y es, además, el título del texto breve de Freud que conocemos usualmente como Lo perecedero) de las verdades en las que pretendemos sustentarnos.

Esta situación de precariedad en cuanto a la verdad explica ampliamente dos elementos típicos del mundo moderno y burgués : la omnipresencia de la angustia y la necesidad de asegurarse contra ella. Angustia y [necesidad de] seguridad (Sicherheit) son el par de opuestos fundamental de la sociabilidad moderna. Voltaire dice en alguna parte que « si Dieu n’existait pas, il faudrait l’inventer » (si Dios no existiera, sería necesario inventarlo) ; Dios es un ente fundamentador y asegurador de la verdad con cuya existencia es urgente contar, aun cuando no pueda ser demostrada por medio racional alguno, tema que reaparece continuamente en todos los autores modernos.

Ya Locke había dicho que quienes no puedan comprender (el mundo racionalmente, se entiende) deben conformarse con creer, adjudicando a la Iglesia un papel importante en relación a mantener la cohesión social, especialmente en lo atinente a la sumisión de las masas incultas y necesitadas de un freno moral. Algo muy semejante dice el propio Freud en El porvenir de una ilusión cuando habla del valor de las ideas religiosas y afirma que si las masas descubrieran que la élite ha dejado de creer en Dios, también ellas lo harían y desaparecería un elemento irremplazable regulador de la sumisión a los preceptos sociales imprescindibles. Con la desaparición de Dios se desvanecería un motivo importante para mantener la represión y reaparecerían en las masas las tendencias asociales dormidas y siempre dispuestas a despertar.

Freud se apega a su adscripción científica y agrega que pocas personas -entre las cuales, naturalmente, se encuentra- alcanzan a tener una concepción impersonal del destino o, lo que es lo mismo, pocos son los que pueden soportar la vacuidad del lugar del padre sin rellenarlo, aunque sea con un ente abstracto, invisible y sin representación sensible posible. Dios, pues, no existe más que como una necesidad de todo sistema significante, necesitado de una función de vacío que permite la articulación de los signos entre sí. Un ejemplo pedestre : la tecla más grande -léase importante- del teclado de una PC o de cualquier máquina de escribir es la barra espaciadora, que separa las palabras (escandido para los lacanianos) y ordena la significación, aunque no la esclarezca en forma absoluta, puesto que pueden subsistir problemas hermenéuticos.

Una observación pertinente puede ser hecha ahora : en nuestro esquema no hay posibilidad de ubicar el primer tiempo del Complejo de Edipo, el de la díada madre-hijo, en el que éste funciona como el falo de la madre, y que cabría remontar a un período anterior aun al de la hipotética horda.5 Si comparamos esta idea freudiana de la Edad de Oro con el mito de las Edades de la Humanidad de Hesíodo, tal como las expone en Teogonía como en Trabajos y días, lo primero que nos llama la atención es que Hesíodo ubica la Edad de Oro al comienzo, como la primera de las edades metálicas, mientras que Freud la ubica en un futuro impreciso pero promisorio.

La raza de los hombres de la Edad de Oro hesiódica pueden ser perfectamente vistos como niños pequeños : se dice de ellos que viven « como dioses »(òH 2,@ÃH) y en estrecha comunidad con ellos ; no trabajan y la tierra les provee generosamente el alimento, viven largo tiempo y mueren dulcemente durante el sueño. Las otras edades también pueden ser consideradas como alusiones a otras etapas de la vida humana : la de plata a la pubertad, la de bronce a la adolescencia, la de los héroes a la adultez y la de hierro a la madurez y vejez. De tal modo, la Madre Tierra sostiene en la Edad de Oro a hombres y dioses y es bajo su égida que las cosas se desenvuelven. Su somnífero poder todo lo envuelve. Muchos pueblos llamados « primitivos » hablan en sus mitos del « tiempo de los sueños » refiriéndose a la más remota de las épocas, aquella en la que la creación del mundo se verificó, un tiempo anterior al tiempo tal como lo conocemos (sucesión). Entre los griegos -Hesíodo mismo lo relata en Teogonía- hay un período inicial en el cual existía el Caos, era signado por la mezcolanza y la indiferenciación, que solemos registrar en nuestros sueños.

Una multitud de deidades primitivas y oscuras van surgiendo de este caos primordial : la Noche, el Erebo, el Eter, el Sueño, Eros, etcétera, conformando de tal suerte la primera generación de dioses, que culmina con la pareja Urano-Gaia (dios cielo, diosa tierra) más o menos diferenciados desde el punto de vista sexual, aunque conservando esos rasgos de enormidad y falta de forma bien definida. A ellos les sigue una generación de dioses turbulentos, pero con clara diferenciación sexual : los Titanes. La diosa tierra sigue entretanto pariendo monstruos (Gigantes), capacidad generatriz que luego verá acotada cuando deba ceder también ante el poder ordenador de los Olímpicos, última casta divina y aquella en la que la forma de lo sacro aparece ya plenamente lograda (belleza, prudencia y serenidad, opuestos a monstruosidad, soberbia e iracundia).

El mito de las edades de la Humanidad de Hesíodo, que ubica la Edad de Oro al comienzo y luego describe una progresiva degradación de las generaciones hasta llegar a su propia época, la de hierro, en la que los hijos ya no respetan a los padres, en la que el hombre debe trabajar la tierra para atender a su subsistencia y en la que, para colmo de desgracias, aparece Pandora, la mujer, el « bello mal » que, como un zángano, vive del esfuerzo del hombre, sorbiendo sus energías. Dos únicos consuelos hay para el hombre : la mujer le da hijos y lo atiende y cuida en la vejez. Por si todo esto no fuera suficiente, Hesíodo habla del futuro y predice una era en la que las personas nacerán ya viejas y en la que Aidos (el pudor) y Némesis (una de las figuraciones de la justicia) abandonarán el mundo, dando cumplimiento a esta progresiva separación entre lo humano y lo divino.

De todo esto extraemos la conclusión de que esta ubicación de la Edad de Oro al comienzo de los tiempos en Hesíodo y al final de la evolución cultural en Freud son efecto del pesimismo típico de los antiguos en uno y del optimismo característico de los modernos en el otro. En Hesíodo, esa paulatina desacralización del mundo humano es vista como una desgracia terrible que debe culminar con la destrucción catastrófica de la humanidad misma, mientras que en Freud esta eventualidad es saludada como una alternativa promisoria, puesto que el hombre sólo será plenamente tal en tanto se libere de las ataduras de sus propias figuraciones, que le han hecho ver dioses en las fuerzas naturales.

La Religión no es para Freud sino una creación humana que lo ayuda a soportar su desamparo (Hilflosigkeit), pero, siguiendo a Comte, el hombre tiene ahora en la ciencia un poderoso aliado capaz de procurarle seguridad y confort y la Religión ya no es necesaria como principio de ordenación social. No para las minorías ilustradas, al menos, puesto que Freud no parece muy optimista respecto de la capacidad de las masas de dominar su naturaleza agresiva ni de enfrentar su desamparo inicial. De allí la importancia de este planteo, novedoso para la época, de una educación no basada en la compulsión violenta (Zwang). El hombre antiguo, a pesar de vivir bajo el peso opresivo de la tradición, está firmemente plantado en la tierra y encuentra en ella su fundamento, no duda de sí mismo y sólo trata de estar a la altura del lote que le ha tocado en suerte (tema del amor fati, aceptación y aun amor al propio destino). En un autor como Nietzsche -un angustiado, como buen moderno- se percibe claramente ese deseo de retornar al fundamento vivificante que provee la Tierra, añoranza de la época heroica que supone una abjuración explícita y radical de todo lo que en sí mismo encuentra de moderno. La Modernidad, entonces, oscuramente intuida y despreciada por Hesíodo, se ha sacudido el yugo de lo sagrado, se ha liberado de las cadenas de la superstición y se ha entregado a una tarea racional en la que cree encontrar su verdadero destino y realización.

Una última observación a estos esquemas de periodización : no hay que confundir a la madre (tierra) con la mujer, porque se trata de diferentes objetos. La tierra está en el comienzo sosteniendo a hombres y dioses y la mujer es una aparición tardía, propia de la decadencia y un claro síntoma de la degradación social de la edad de hierro. La « fantasía filogenética » de 1915

En 1983, Ilse Grubrich-Simitis, psicoanalista dedicada al estudio de la obra de Freud, encontró en Londres un escrito hasta entonces perdido, pero de cuya existencia se sabía por la correspondencia de Freud. El texto -un borrador manuscrito de poco más de 20 carillas- fue hallado en una maleta con papeles de Sandor Ferenczi, a quien Freud había seguramente enviado el borrador durante los años de la primera Gran Guerra de 1914-18. El propio Ferenczi había entregado la maleta con sus papeles a su compatriota Michael Ballint, quien la había a su vez trasladado a Londres consigo. Una carta de Freud escrita en el reverso de la última página (con fecha 28 de julio de 1915) acompaña el texto y allí se dice que es copia fiel de uno de los 12 ensayos metapsicológicos que el maestro vienés escribiera entre 1914 y 1915 y de los cuales publicara solamente 5 (Las pulsiones y sus destinos, Lo inconsciente, La Represión, Adición metapsicológica a la doctrina de los sueños y Duelo y melancolía). La serie completa llevaría el título Zur Vorbereitung einer Metapsychologie (literalmente [Para una] Preparación de una Metapsicología) y vendría a ser un compendio de las principales ideas metapsicológicas de Freud.

El texto hallado se intitula Sinopsis de las Neurosis de transferencia (Übersicht der Übertragungsneurosen) y lo que aquí nos interesa es, precisamente, la « fantasía filogenética » que en la segunda mitad del texto desarrolla Freud, al parecer en conexión con ciertas ideas ontogenéticas de Ferenczi, que la construcción freudiana vendría a complementar. La idea básica es correlacionar ciertos sucesos penosos del pasado remoto de la especie humana, que habrían dejado una huella constitucional en muchos individuos, y los cuadros clínicos que la práctica nos presenta. Dichas marcas filogénicas actuarían como fijaciones para los diversos cuadros. El motor de todos estos cambios es la urgencia humana de adaptarse a las difíciles condiciones del medio ambiente, cosa a la que Freud suele referirse como Not, la necesidad. Una vez constituida la horda (Horde), el padre primitivo (Urvater) pasa a ocupar el lugar de la Not.

Así pues, habría habido tres períodos hipotéticos en la historia arcaica del hombre :

a) Un período inicial en el que el género humano no padecía ninguna presión proveniente de la Naturaleza, que sería en algún aspecto semejante a la Edad de Oro hesiódica ;

b) Un período en que comenzaron las penurias y que Freud relaciona con las glaciaciones (Eiszeiten) ; y

c) Una tercera fase a partir de la constitución de la horda, en la que, como dijimos, el padre sustituye a la Not como aquello a lo cual es menester adaptarse.

En una carta a Ferenczi del 12 de julio de 1915, Freud da un breve resumen de este duodécimo ensayo metapsicológico hallado por Grubrich-Simitis. Allí dice que « la aparición de las privaciones de la época glacial, los hombres se tornaron angustiados (ängstlich), tenían todas las razones para transformar su libido en angustia » (cfr. el caso del pequeño Hans, 1909), constituyéndose así una disposición filogenética para la histeria de angustia.

Luego « aprendieron que la reproducción era la enemiga de la conservación y cuando aquella hubo de ser limitada se volvieron -sin tener el habla- histéricos », todo ello debido a la carencia de alimentos durante las eras glaciales (Freud no lo dice, pero hay que suponer que concebía al hombre primitivo como recolector). Una vez desarrollado el lenguaje y la inteligencia -« sobre todo entre los hombres »-, se forma la horda primitiva, « mientras que la vida amorosa debía permanecer egoísta y agresiva. Contra este retorno se defiende la neurosis obsesiva ». De aquí en más, las neurosis siguientes (las psiconeurosis narcisísticas) pertenecen a la nueva era (la de la horda, con el padre reemplazando a la Naturaleza) y fueron adquiridas por los hijos.

Los hijos sufren variados destinos : ser castrados por el padre y admitidos en la horda como peones inofensivos, puerilizados y desprovistos de deseo sexual (dementia praecox, hebefrenia) ; huir de la horda y « organizarse sobre una base homosexual » (perversiones) o bien defenderse de ella (paranoia, véase apéndice del caso Schreber) ; o bien se coligan contra el padre, lo matan y lo devoran (comida totémica, identificación a la base de la melancolía), es decir, triunfando y haciendo el duelo (manía-melancolía). Freud no deja de observar que las patologías menos graves -las psiconeurosis de transferencia- tendrían, curiosamente, fijaciones filogenéticas en épocas más arcaicas que las psiconeurosis narcisístas, más « regresivas » que las primeras y con fijaciones ontogenéticas más primitivas (etapa oral del desarrollo psicosexual).

Otro elemento importante es que ahora Freud interpreta la religiosidad en función del duelo y la melancolía y no de la neurosis obsesiva, tal como lo hacía en Totem y Tabú (1912), de allí que Ferenczi, en una carta a Freud del 24 de julio de 1915, dijese : « La fase religiosa de la Humanidad (en la que aún se encuentra), con su conciencia exagerada del pecado, parece el último prolongamiento de la melancolía. El Psicoanálisis representa el comienzo de la curación de la Humanidad, la liberación en relación con la religión, la autoridad (injustificada) y la rebelión excesiva contra ésta ; por tanto, el comienzo de la fase científica (objetiva) ».

Todas estas declaraciones no pueden tener un espíritu más positivista, tema que ya debatimos a propósito de la disputa entre Ferenczi y J.J. Putnam acerca de las relaciones entre Psicoanálisis y Filosofía.6 Según Ferenczi, entonces, anticipando declaraciones de Freud en El porvenir de una ilusión, el Psicoanálisis tiene una misión secularizadora (superadora de la religiosidad) y preparatoria de una posible Edad de Oro futura, concebida al modo de las utopías de la Ilustración, esto es, realización en este mundo de una sociabilidad puramente racional, expurgada de elementos religiosos o extracientíficos.

De tal modo, el Psicoanálisis juega un rol salvífico, en la medida en que viene a encarnar la culminación del desarrollo científico de la cultura occidental y se revela como el remedio eficaz contras el gran mal que anida en el corazón humano : la culposidad derivada del parricidio y que se halla a la base de la sociabilidad, infectándola.

Lo que nos importa recalcar es el valor utópico de estas construcciones hipotéticas referidas al pasado remoto y al futuro de la Humanidad. Desde luego, las construcciones mismas son criticables y no deben ser tomadas como estudios históricos, puesto que se trata de especulaciones que carecen de testimonios que las avalen ; más bien siguen un camino inverso : se habla en ellas de fenómenos observables en la actualidad y se intenta decir algo acerca de su posible origen.

No obstante, ensayaremos una crítica a esta « fantasía filogenética » de 1915. Dos puntos a favor de Freud :

a) No publicó sus resultados, sino que los limitó a su correspondencia con Ferenczi, lo cual hace pensar que la consideraba defectuosa o errónea y que finalmente la desechó, tal como anteriormente había descartado muchas teorías pseudocientíficas elaboradas conjuntamente con Fliess. Ferenczi vendría a ocupar en esta época el lugar que Fliess dejara vacante : una especie de « compañero de fantasías ». Y

b) El hecho de que Freud tipificara esta construcción como « fantasía » y no como « teoría » o « especulación », dejando en claro su carácter más desiderativo -de divertimento privado, podríamos decir- que científico.

Una crítica fuerte la adelanta el mismo Freud cuando dice que las fijaciones filogenéticas de las psiconeurosis de transferencia corresponderían a una época aun anterior a la constitución de la horda en la que los hombres no disponían del lenguaje, lo cual se contradice con su teoría de la histeria, acorde con la cual el síntoma histérico tiene, por así decir, un texto que lo subtiende y cuyo descubrimiento produce su disolución (Lösung). Por tanto, las psiconeurosis de transferencia no pueden ser remitidas tan atrás, sino que deben ser pensadas como alternativas posteriores al parricidio y a la adquisición del lenguaje.

El papel del padre (de su imago) en las neurosis es para nosotros tan evidente, que resulta por este motivo igualmente desacertado remitirlas a las penurias que la Naturaleza hostil habría impuesto a los humanos durante las glaciaciones. Por otra parte hay que reconocer que la religiosidad queda mejor explicada en relación con los fenómenos obsesivos porque éstos aportan sentido a los rituales litúrgicos, a las prohibiciones (tabúes) y escrúpulos y a la ambivalencia de los actos, mientras que en función de la melancolía no puede irse más allá de la culposidad, la necesidad de castigo y la identificación.

El sentimiento religioso de los griegos trasciende la mera obsesividad y alcanza el nivel de la histeria : dioses refulgentes (brillo fálico), que encarnan un ideal de belleza, serenidad y sabiduría. El cristianismo da un paso más e incluye el tema del amor y el de la pureza como eje de la religiosidad. Son sistemas religiosos que tienen, además, una profunda relación con el arte, todo lo cual completa el cuadro de lo que podríamos llamar « histerización de la religiosidad », por lo cual se vuelve innecesario remitirnos a una era más remota que la hipotética horda postulada por Darwin.

Por lo demás, hay que reconocer que no hay modo de compatibilizar la « fantasía filogenética » con nuestro desarrollo referido a señales, signos e íconos. Si las señales representan el medio comunicativo de la horda, ¿qué habría que postular para la época de las penurias glaciales y qué otra cosa todavía más primitiva para la primerísima edad sin conflicto con la Naturaleza ?

Con respecto a la histeria de angustia, podemos situarla convenientemente en los albores y posterior desarrollo del mundo moderno, caracterizado por la falta del fundamento y la subsecuente e irremediable aparición de la angustia. Un filósofo dirá, como acabamos de hacerlo nosotros, que la angustia es efecto de la falta de un fundamento que asegure al sujeto respectode la verdad y el ser. Dentro del campopsicoanalítico, el kleinismo tematizó la aparición de la angustia como imposibilidad de deflexionar la pulsión de muerte y los lacanianos como presentificación de lo real ; en resumen, falta de un elemento estabilizador de la relación del sujeto con su entorno o bien presencia devastadora de un elemento desequilibrante cuya exclusión fuese garantizada por dicha instancia estabilizadora.

La fobia representa entonces la culminación del desarrollo psíquico humano hasta el presente : una mirada angustiada ante la verdad desnuda. En conexión con esto, otras actitudes modernas frente a esta visión descarnada de la realidad social son, por dar solamente algunos ejemplos, el cinismo de los libertinos (Sade : se puede hasta ser feliz con angustia ; es más : sólo los angustiados son felices), la nostalgia por un pasado inexistente pero anhelado (Discépolo : la angustia se transforma en dolor psíquico), la prudencia de los científicos (Freud : la expectativa angustiosa se transforma en cauta esperanza).

De este modo hemos mejorado el esquema filogenético de Freud y Ferenczi sin necesidad de complicarnos con especulaciones demasiado aventuradas acerca de tiempos tan remotos y relacionando la hipotética disposición a las neurosis de transferencia con sucesos más recientes, históricos, y bajo la égida de los signos, tal como la clínica nos lo demuestra. No hay, pues, disposiciones filogenéticas para las psiconeurosis de transferencia ; su emergencia no tiene correlación con sucesos arcaicos sobre los que sólo podemos especular con dificultad, sino que, a nuestro juicio, se vinculan con fenómenos plenamente culturales e históricos. Las psiconeurosis de transferencia girarían en torno a un padre castrado y portador de una Ley que también a él le ha sido impuesta, esto es, en relación con las insuficiencias del padre, tal como las narcisistas tenían que ver con los excesos de un padre omnipresente cuyo capricho era elevado al rango de Ley.

Así pues, tenemos insuficiencia del padre e insuficiencia de los signos, una insuficiencia a dos puntas : por un lado, Freud no deja de señalar insistentemente que ningún sujeto acepta plenamente la castración (vista aquí como sujeción a una Ley limitante, o, en Freud, como renuncia completa al punto de vista narcisista) y, por otro, tenemos una Ley que no puede ser inequívocamente expresada en signos. « Hecha la ley, hecha la trampa » reza el adagio popular, entendiendo por ello que ante cualquier texto legal que intente expresarla, siempre es posible encontrar fisuras y aprovecharlas mediante sutiles argucias hasta el punto de deformarlas completamente y aun de terminar haciéndole decir lo opuesto de lo que se buscaba. En cualquier texto del marqués de Sade se pueden encontrar abundantes ejemplos de esa lógica o retórica perversa que tuerce hasta lo ridículo el sentido de una proposición e intenta presentarla como una verdad incontestable.

¿Cómo podría pensarse una utopía psicoanalítica en función de estas correcciones que hemos hecho a la fantasía filogenética freudiana de 1915 ? Habría que decir que al Psicoanálisis le cabe un rol más que importante en una especie de terapia universal de la histeria de angustia.

Efectivamente, el Psicoanálisis ha develado y tematizado ampliamente la angustia subyacente a la vida moderna, mostrando su relación con la libido y con la condición deseante del hombre. Freud duda acerca de si la fobia es una entidad nosológica separada y precisa o si se trata más bien de un síntoma que puede acompañar a otras estructuras psicopatológicas. Es ambas cosas y, más aun, como estructura de base o como síntoma, no puede no estar presente en los sujetos traspasados por la Modernidad y ello es una muestra de la universalidad de la angustia en el mundo moderno.

¿Qué conclusión sacamos cuando examinamos el historial del Hombre de las ratas ? Sencillamente, que frente a las insuficiencias del padre, el sujeto se había neurotizado construyendo un fantasma sádico con el cual pretendía reconstruir la imago paterna según el modelo arcaico del Urvater de la horda. Poner un padre terrible donde hay un padre insuficiente : ésa es la fórmula general de las neurosis. Vimos también cómo Dora ponía en escena un padre lascivo y egoísta y cómo en el caso del pequeño Hans, éste ponía un caballo terrorífico en el lugar de un padre insuficiente, aunque se trataba de un padre con la suficiente astucia como para mostrarle de pasada a su hijo una figuración del Padre (el profesor Freud, que seguramente « habla con Dios » porque parece « saber todo ») que permite a su hijo elaborar su fobia.

La neurosis intenta, entonces, enfrentar el problema de la angustia restaurando la imago del Urvater. Es engañosa en su raíz, puesto que se presenta como temor a la castración a cargo de un padre imaginario e inexistente, mostrando que el temor a la castración es preferible a la angustia.

Cuando hablamos de reconciliación (Versöhnung) dijimos que ser hijo es quedar adherido a las insuficiencias del padre ; ahora podemos agregar que ser hijo es ser neurótico, de modo tal que puede decirse que cuando funciona la filiación, inevitablemente surge la neurosis. Todas las psiconeurosis, de transferencia y narcisistas, resultarían « enfermedades de los hijos » y no solamente las narcisistas como apunta Freud al decir que las fijaciones de las de transferencia pertenecían a la época anterior a la conformación de la horda, durante las eras glaciales. Lo que variaría de unas a otras es el padre que está en juego : padre omnipresente tipo horda para las narcisistas ; padre muerto para la manía/melancolía y padre insuficiente (padre fraterno) para las neurosis de transferencia.

Nótese que lo que estamos haciendo es acuñar fórmulas (Formulierungen) en torno al problema que nos ocupa. Dijimos que las fórmulas condensan fragmentos de teoría y la vuelven apta para la circulación, como brújulas para la acción, lo mismo que los consejos en las infinitas alternativas del tratamiento (Kur) psicoanalítico. ¿Qué otra cosa son fórmulas y consejos sino íconos ? Éste es, entonces, el cometido del Psicoanálisis en la preparación (Vorbereitung) de la futura e hipotética Edad de Oro : producir íconos para guiarnos en el mare magnum de la angustia a fin de evitar recaer en idealizaciones de figuraciones del pasado.

El destino de los modernos no puede ser otro que el de ser cada vez más modernos. Parafraseando el sarcasmo que Sade lanzaba a sus conciudadanos (« ¡Franceses, un esfuerzo más y seréis republicanos ! »), podemos decir que nuestra perpetua consigna será hacer siempre un esfuerzo más para ser modernos, aunque parece que esta espiral de modernismo es interminable y nunca llegaremos a ser suficientemente modernos.

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