La educaciòn intercultural.

Artículo publicado en « Inmigración, Racismo y Tolerancia ». Editorial Popular – Jóvenes contra la intolerancia (JCI). 1993. Par Luis Abad

1. Los parámetros del nuevo orden internacional

Si la complejidad estructural es una característica in-herente a la acción social en sí misma, esto resulta especialmente cierto en los actuales momentos históricos. Las sociedades de nuestros días son sociedades complejas cuya comprensión no permite ya el recurso a dogmas o esquemas teóricos a priori. Es precisamente esta complejidad la que hace del análisis social una tarea siempre incierta y de la prospectiva histórica una actividad seudocientífica. Pensar el mundo exige hoy, a diferencia de lo que ocurrió no hace mucho, afrontar el riesgo de la incertidumbre, a la que nos conduce su creciente complejidad.

Si algo puede predicarse con certeza del curso reciente de los acontecimientos en el mundo actual, es su carácter imprevisible. Ninguno de los grandes paradigmas teóricos, que trataron de explicar el mundo durante décadas, pudo prever ni la rapidez ni el curso de los cambios históricos en los últimos tiempos. Durante mucho tiempo, el mundo pudo ser (o quisimos que fuera) descrito en términos relativamente esquemáticos. En política, las relaciones internacionales estuvieron dominadas por el hecho básico de la división en bloques y la confrontación Este – Oeste. En economía, el liberalismo y el socialismo se presentaron a sí mis-mos como los dos únicos modelos de referencia. En sociología, el funcionalismo y el marxismo monopolizaron prácticamente la escena. Este/Oeste, liberalismo/socialis-mo, funcionalismo/marxismo : unos pocos esquemas a través de los cuales se interpretó el mundo y la historia y se los redujo a límites comprensibles y seguros.

Los científicos sociales construyen teorías. Los hechos históricos son producto de los actores sociales concretos a partir de las condiciones reales de su existencia social no siempre coinciden. El curso reciente de los aconteci-mientos en el mundo, puede ser analizado de muchas ma-neras, pero, en primer lugar ; se trata de una sorprendente refutación de ese esfuerzo por reducir los hechos formulaciones teóricas a priori. Porque lo relevante no es que ninguno de ellos haya servido para interpretar, y mucho menos para prever, el curso actual de las cosas. Lo importante es que la propia complejidad, sorprendente y con-tradictoria, de los cambios sociales de nuestros días está indicando que no es posible limitarla a esquemas dogmáticos sencillos. Una de las tareas más urgentes (v difíciles) del pensamiento crítico hoy, consiste, ya lo hemos dicho, en aprender a convivir con la incertidumbre que se deriva de la complejidad, la diversidad e incluso la contradicción.

Aunque los signos de descomposición interna de los regímenes del Este eran ya evidentes desde hace algunas décadas, el ritmo acelerado de su derrumbamiento ha supuesto una sorpresa no sólo para la opinión pública, sino también para los analistas sociales. Un fracaso que ha sido construido intencionadamente en términos de contraste, traduciéndolo como el triunfo, esta vez arrogante sin máscara, de la cultura neoliberal. El mensaje de que el éxito del liberalismo se debe a que el orden que predica es el único que está de acuerdo con la naturaleza de las cosas, ha cala-do en la opinión pública como una conclusión evidente en sí misma a partir del fracaso de su opuesto. El final de la política de enfrentamiento Este-Oeste, sellado con el broche de oro de la guerra del Golfo Pérsico, ha sido inmediatamente saludado como el inicio de un nuevo « orden internacional », que habrá de asentarse sobre la única base posible : la cultura liberal. Las proclamas sobre « el final de las historia » (Fukuyama) o la « muerte de las ideologías » encubren en realidad la aceptación implícita de que todas las ideologías han muerto, efectivamente, excepto la única posible.

Sin embargo, el propio final de la política de bloques ha contribuido a destacar ; en toda su crudeza, una serie de problemas inquietantes que amenazan con cuestionar de raíz este pretendido « nuevo orden ». El conjunto de estos proble-mas dibujan el nuevo marco de las relaciones internacionales en nuestros días y determinarán en el futuro la organización y la dinámica de las sociedades actuales. El mundo es hoy, y lo será más en el futuro, el resultado de la evolución de estas tendencias. Merece la pena referirse a alguna de ellas.

En primer lugar ; el alarmante ritmo de crecimiento de la población mundial, sobre todo en los países del Tercer Mundo. En sus últimos Informes de Población (World Population Prnspects. 1990), las Naciones Unidas han revisa-do sus estimaciones anteriores. El crecimiento demográ-fico en el mundo se ha disparado más allá de las previsiones más pesimistas v está contribuyendo a agravar la situación hasta limites difícilmente tolerables. De los 5.292 millones de habitantes estimados en el mundo a mediados de 1990, pasaremos a 6.261 a finales de siglo y a 8.504 en el 2.025. Las cifras se refieren a las estimaciones medias, porque, en sus previsiones más pesimistas, serán 9.444 millones de personas las que poblarán la tierra en el 2.025. Por otro lado, de los 5.292 millones de habitantes a mediados de 1990, 4.086, es decir ; el 77%, vive en países subdesarrollados. Siempre según las previsiones medias del citado informe, para el 2.025 la población mundial que se acumule en zonas de subdesarrollo alcanzará ya el 84% del total. La « bomba de la población » (P. Ehrlich) continúa aún con la mecha encendida.

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